jueves, 24 de junio de 2010
Un estereotipo erróneo
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Esa especie de magia
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La batalla ajena
martes, 22 de junio de 2010
Realmente todos eran mis hijos
El realismo de Arthur Miller que dio
sus frutos en diversas obras teatrales desafía a los directores de
actores. Sin embargo, Claudio Tolcachir, ha demostrado otra vez que
sabe ponerse en la piel de los escritores, y en ello el trasfondo
moral de la obra supera el objetivo de cualquier director. En una
historia en la que Miller supo otorgar a sus personajes toda una
impronta que es inmanente a los diversos avatares de la economía de
los EEUU y a los modos en que sus criaturas establecen, vulneran o
manipulan sus vínculos en base a la circulación del dinero. Donde
el naturalismo regresa con potencia.
Todos eran mis hijos es una obra del
realismo norteamericano por lo que claramente lanza una sórdida
denuncia social que critica a la humanidad: su corrupción y su
avaricia, a través de los actos de una familia cualquiera y la
decadente época que le tocó vivir.
La obra se presenta nuevamente arriba
de los escenarios, esta vez en el teatro Apolo, ubicado en la calle
corrientes y bajo la dirección del joven y consagrado director, que
en otras oportunidades nos entregó trabajos excelentes como Tercer
Cuerpo o La omisión de los Coleman .
Cuando la familia Keller parecía
tenerlo todo a raíz del enriquecimiento que logra Joe (Lito Cruz)
como fabricante de piezas de aviones para el gobierno, Steve Deever,
socio de la compañía, va a prisión por una partida que deja un
saldo de 21 aviones destrozados, y varios tripulantes muertos.
Pero no es Joe la víctima más grande
en este caso. Kate Keller (Ana María Picchio) no puede sobreponerse
a la noticia de la muerte de su hijo Larry, piloto del ejército
norteamericano desaparecido en acción, y aún tres años después
tiene la esperanza de recobrarlo, amparada en una intuición materna.
Mientras tanto, Ann Deveer (Vanesa Gonzalez) la hija de
Steve,dolorida por la muerte de su prometido Larry entra en escena
dispuesta a contraer matrimonio con Chris (Esteban Meloni)el hijo que
sobrevivió.
La historia transcurre en el jardín
trasero de una casa en Estados Unidos durante 1947, cuya tranquilidad
contrasta con los conflictos internos de los personajes, y alcanza
el nivel más alto de emoción cuando George (Federico D´Elia)hermano
de Ann se presenta en el lugar, tratando de encontrar una explicación
a la culpabilidad de su padre.
La densidad de lo ocurrido circula tan
rápido como el tren bala japonés, y hay aciertos de dirección
notables, donde los papeles interpretados por Esteban Meloni y Vanesa
González juegan escenas que alcanzan los puntos más dramáticos de
la obra, muy bien acompañados por Federico D’Elia.
Cada personaje representa un conflicto,
la familia “ideal”, la familia frustrada, la familia
desintegrada, las actuaciones responden sin titubeos a ese fin. El
elenco lo completan Marina Bellati, Diego Gentile, Adriana Ferrer y
Carlos Bermejo.
Por su parte, Ana María Picchio se
luce por encontrar el exacto punto de los personajes femeninos
embragues de las obras de Miller. Esas mujeres que se debaten siempre
entre la verdad y la necesidad de sostener una familia a cómo dé
lugar, porque en ellas reposa cierta estrategia que las lleva a
querer obtener una estabilidad tan precaria como la felicidad que se
podría alcanzar, un american dream de hojalata.
Si bien la época en que transcurre nos
remite al pasado, el debate moral al que nos somete nos coloca
irremediablemente en el presente. Se nos habla de egoísmo, ambición
desmedida y cómo la falta de responsabilidad en nuestras acciones
son capaces de causar un daño irreparable en los demás. Y lo que
es peor la mentira sostenida para ocultarlo frente a los ojos de
nuestros hijos y de la sociedad.
En una historia donde la guerra hiere
una familia como una bomba destruye una ciudad.
La escenografía también naturalista,
es sobria y colabora con la diégesis porque, para contar esta
historia, un jardín por el que puedan transitar vecinos y amigos y
una casa detrás donde se desarrollarán escenas que inquietan y
determinan, es suficiente. La iluminación juega su papel con acierto
en los claro oscuros de la planta escénica y de la historia. El
vestuario, maquillaje y peinados ayudan a reconstruir la época e la
que transcurre la historia.
El acierto de la puesta en escena de la
historia de Miller quizás tenga que ver con nuestra negación como
sociedad de hechos mediante todo tipo de artilugios. También es
probable que la historia ponga a la par a la sociedad norteamericana
con la nuestra al momento de no asumir responsabilidades con los
acontecimientos más trágicos del país.
De cualquier modo muchos veremos
reflejados en el espejo las miradas de los jóvenes que se
preguntarán cuál es el futuro de la historia, cuyos capítulos de
perdieron con el individualismo de quienes construyeron la sociedad
en la que viven.
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La inmortalidad del espíritu como obra de arte
Recoleta es un barrio tan histórico como moderno. En sus calles abundan los turistas, los bares de alta gama, personas de toda la Capital Federal y alrededores, que visitan cada rincón, con intenciones de conocer y recorrer una de las zonas más pintorescas que ofrece el paisaje habitual de la ciudad.
En medio de un paseo entretenido, se levanta una entrada imponente, que no sólo llama la atención, sino que guarda tantas historias, como ningún libro de cuentos escrito hasta el momento.
Columnas acanaladas y gigantes puertas de vidrio y hierro, dan a diario la bienvenida a un espacio tan cultural como turístico. El Cementerio de la Recoleta, lugar en el que descansan personalidades de Argentina y el mundo entero, encierra una inmensidad de sensaciones difíciles de explicar tan sólo con palabras. Allí adentro, todos los sentidos, tienen suficientes motivos para entretenerse.
Lo lúgubre toma protagonismo mientras los primeros pasos son dados allí dentro. Es girar la cabeza y no dejar de sorprenderse con monumentos, monolitos, estatuas y placas realizadas por verdaderos artistas.
La simpleza no es algo que se ve demasiado. Bóvedas, como edificios de dos o tres pisos, se han levantado estratégicamente entre las calles y pasillos de este lugar. Héroes, próceres, presidentes, actrices y actores, descansan en la eternidad y el recuerdo de muchos ciudadanos, que cada tanto, visitan las inmediaciones.
No es para nada extraño ver extranjeros fotografiando cada rincón. Rostros poseídos por la admiración caminan en busca de imágenes estáticas que guardarán, quizás, en su colección de tesoros visitados. Tampoco es raro chocarse con quienes allí han encontrado una salida económicamente activa. Los tours guiados, llevan a quienes así lo prefieran, a recorrer las tumbas más famosas, de aquellos que son reconocidos a nivel mundial. Un ejemplo, es el de Eva Duarte de Perón, quien desde su inmortalidad espiritual, recibe flores frecuentemente.
Repleto de mitos y novelas verídicas, el recinto logra causar fascinantes sensaciones y mantener en vilo a la imaginación, para fantasear con épocas pasadas. Algunos de los ejemplos más conocidos y admirados, son la romántica historia de Elisa Brown, hija del Almirante Guillermo Brown, quien descansa junto a él en su mausoleo.
Elisa estaba comprometida con el marino Francisco Drummond, quien murió en batalla durante la guerra con el Brasil, por lo cual la joven tomó la trágica decisión de quitarse la vida arrojándose al Río de la Plata, vestida con el traje de novia que no pudo estrenar para la boda. O la conocida historia de Felicitas Guerrero, quien encontró la muerte al recibir un disparo, por parte de un hombre que habría estado enamorado de ella toda su vida. Cientos de relatos aseguran que en aniversarios de fallecimiento, estos espíritus y otros también muy conocidos, recorren las calles del lugar, con constantes llantos y penurias que acarrean hace más de un siglo.
Las figuras realizadas en bronce, piedra, mármol y demás, dejan al espectador un mensaje tanto de tristeza, como de perpetuidad. Las mismas, mostrando gestos de desconsuelo, con ojos apagados y lágrimas talladas delicadamente, contienen el polvo de los años y tonalidades que van desde los grises hasta los verdes, según el material con que han sido hechas.
Es fácil perderse, si quien ingresa lo ha hecho por primera vez y ha preferido recorrerlo sin pagar una visita guiada. Pero en cada movimiento realizado, se descubre una joya arquitectónica distinta, que en las épocas que corren ya no suelen ser vistas con demasiada frecuencia. Hoy en día, las figuras geométricas se imponen en la construcción, dejando a las hermosas curvas un tanto de lado. Esto último es algo que en la senda ofrecida por el Cementerio, no pierde vigencia.
Pero así como se vislumbra un nivel adquisitivo importante, también están las criptas que parecen ser víctimas del irremediable olvido. Con un notable abandono que captura la atención de aquel costado morboso que el ser humano posee, ellas también tienen al menos el privilegio de posar para la lente de más de una cámara fotográfica.
Inmóvil, por más tiempo que transcurra, este lugar regala historias que van desde el romanticismo hasta el odio despiadado. Desde la extrema alegría, a la amargura eterna. Todo se entremezcla tras la figura de almas que allí han de vagar, atónitas por la cantidad de personas que se interesan por sus vidas.
Plegarias y rezos por la paz perenne, se suelen escuchar en pasillos alejados. Flores secas que llevan quizás, meses de haber sido depositadas, decoran un paisaje que no prioriza una algarabía constante, pero que hablan en silencio de nuestros antepasados.
Leyendas de sobra, que merecen ser escuchadas, son expuestas ante aquellos oídos ansiosos por saber y comprender la importancia de quienes allí reposan. El sitio, regado de un acallado y respetuoso público, concede una excursión que vale la pena llevar a cabo. Sin límites de edad, sin preferencias por el aspecto físico, ni nada que se le parezca, el Cementerio de la Recoleta es un espacio majestuoso que, quienes todavía no lo han hecho, deberían conocer.
Por grisáceo o sombrío que el anterior consejo aparente ser, el concurrente, si entiende de arte y fantasmas interesantes, podrá disfrutar de un día parecido a muchos… pero igual a ninguno.
Macarena Fernández Conte.
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Gente reunida, gente sola
Tarde o temprano, el ser humano, debe enfrentarse a la soledad aunque sea en dos momentos biológicamente ineludibles. Por un lado, el nacimiento, donde todo es ajeno y nada le pertenece. Por el otro, se encuentra la muerte. No se comparte. No es otra visita al médico o un paseo por la costanera. Es algo que se enfrenta tan a solas como el inicio de la vida.
En el medio está la experiencia de vivir y los numerosos instantes en que la soledad abrazará la humanidad de cualquier persona. Espacios que Juan Pablo Geretto en “Como quien oye llover” los hace coincidir con su propia vida. En el unipersonal, el actor se viste de muñeca y se despoja de todo lo que más tarde lo convertirá en distintos personajes, para reinventarse entre acto y acto en una mujer diferente, con otras miserias, problemas y profundas soledades sin cura.
El unipersonal, escrito y actuado por Juan Pablo Geretto, ofrece una mirada sobre las madres, y la relación especial que mantienen éstas con sus hijos y lo que sucede cuando este vínculo se rompe. O se comprueba tal vez que nunca estuvo.
La obra consiste en un paseo por su infancia en su pueblo natal y por las mujeres que lo inspiraron para esta obra. Desde Marta, a quien sólo le queda un Yorkshire Terrier como recuerdo. Luego Nelly, la viuda que no falla en el hospital ni en los velorios y su nivel de acidez sobrepasa cualquier límite y una eufórica madre joven, amante de la cumbia.
La mirada de un niño, que todo lo ve desde abajo, desde una perspectiva en la que el mundo es inabordable, estas mujeres se erigen como colosos sin compañía sobre el escenario. Geretto se disfraza de ellas, les brinda voluntad, autonomía y luego las deshace. Les da vida y después las sacrifica delante de los ojos de los espectadores, como si se tratara de un circo romano. En unos minutos se cumple ese ciclo ineludible que lleva años. Las vemos solas, esperando algún regreso, una vuelta de la otra vida o el exilio de la miseria y la pobreza.
Desde el humor, la ironía y la caracterización brillante de personajes que se vuelven desopilantes, por momentos hasta la emoción y un clímax de dulce angustia que dejan en evidencia la excelente calidad actoral de Geretto, se recorre la soledad de estas mujeres que quedaron al margen. Su histrionismo en los tres personajes que interpreta logra establecer un incomparable vínculo con el público, lo que pone las emociones de la gente al mismo ritmo que va la obra con una facilidad sorprendente.
Marta, la eterna amante de un hombre casado, se pregunta más de una vez a sí misma "¿Por qué a ella, a su mujer, le dio una vida de mentiras y a mí siempre me vino con la verdad?". Y se imagina, imita, quiere emular en su mente, no una vida a solas con su hombre, sino con los hijos que él tiene de su matrimonio y también sentarse en la mesa con su otra mujer. Quizás no hacía falta la verdad para vivir una relación de 20 años. Como a esas cosas que ya son partes de nuestra vida y al pasar los ojos sobre ellas, como siempre estuvieron y ya no son importantes, no las registramos. Como a un cuadro gastado en una esquina, tapado por el polvo y recuerdos viejos.
La segunda mujer que interpreta Geretto es una acompañante de enfermos, la solitaria que nunca se pierde un entierro, un cuervo. Su marido que la visita hecho un fantasma, se le aparece en la mesita de luz y quiere el control remoto del televisor.
El difunto esperaba que lo cremaran, y esparcieran sus cenizas al mar. Cobraban muy caro, dice Nelly. Mejor hacerlo asado y mandar las cenizas al Maldonado, con un poco de paciencia llegarán al mar, remata.
La tercera mujer, es una madre marginal y joven. Presenta a su hija, Chuky, que anuncia en el contestador de su teléfono celular que “lo hace con globito”. Sus hijos no le hacen caso, su último marido está preso y el padre de los niños murió en un “ataque violento” de ella, por así decirlo. La soledad de los pobres es en compañía, en un departamento de dos ambientes en el que viven siete personas intentando sobrevivir.
Y todas estas mujeres se encarnan en el centro de un huracán. En instantes de soledad que se unen y atan de principio a fin, como una soga para que sirva de guía para las que vienen detrás, una vez que sus hijos se van, sus maridos se mueren y sus amantes las abandonan.
Juan Pablo Geretto hace un trabajo impecable en el que recorre todos los espectros de las emociones humanas.
En el medio está la experiencia de vivir y los numerosos instantes en que la soledad abrazará la humanidad de cualquier persona. Espacios que Juan Pablo Geretto en “Como quien oye llover” los hace coincidir con su propia vida. En el unipersonal, el actor se viste de muñeca y se despoja de todo lo que más tarde lo convertirá en distintos personajes, para reinventarse entre acto y acto en una mujer diferente, con otras miserias, problemas y profundas soledades sin cura.
El unipersonal, escrito y actuado por Juan Pablo Geretto, ofrece una mirada sobre las madres, y la relación especial que mantienen éstas con sus hijos y lo que sucede cuando este vínculo se rompe. O se comprueba tal vez que nunca estuvo.
La obra consiste en un paseo por su infancia en su pueblo natal y por las mujeres que lo inspiraron para esta obra. Desde Marta, a quien sólo le queda un Yorkshire Terrier como recuerdo. Luego Nelly, la viuda que no falla en el hospital ni en los velorios y su nivel de acidez sobrepasa cualquier límite y una eufórica madre joven, amante de la cumbia.
La mirada de un niño, que todo lo ve desde abajo, desde una perspectiva en la que el mundo es inabordable, estas mujeres se erigen como colosos sin compañía sobre el escenario. Geretto se disfraza de ellas, les brinda voluntad, autonomía y luego las deshace. Les da vida y después las sacrifica delante de los ojos de los espectadores, como si se tratara de un circo romano. En unos minutos se cumple ese ciclo ineludible que lleva años. Las vemos solas, esperando algún regreso, una vuelta de la otra vida o el exilio de la miseria y la pobreza.
Desde el humor, la ironía y la caracterización brillante de personajes que se vuelven desopilantes, por momentos hasta la emoción y un clímax de dulce angustia que dejan en evidencia la excelente calidad actoral de Geretto, se recorre la soledad de estas mujeres que quedaron al margen. Su histrionismo en los tres personajes que interpreta logra establecer un incomparable vínculo con el público, lo que pone las emociones de la gente al mismo ritmo que va la obra con una facilidad sorprendente.
Marta, la eterna amante de un hombre casado, se pregunta más de una vez a sí misma "¿Por qué a ella, a su mujer, le dio una vida de mentiras y a mí siempre me vino con la verdad?". Y se imagina, imita, quiere emular en su mente, no una vida a solas con su hombre, sino con los hijos que él tiene de su matrimonio y también sentarse en la mesa con su otra mujer. Quizás no hacía falta la verdad para vivir una relación de 20 años. Como a esas cosas que ya son partes de nuestra vida y al pasar los ojos sobre ellas, como siempre estuvieron y ya no son importantes, no las registramos. Como a un cuadro gastado en una esquina, tapado por el polvo y recuerdos viejos.
La segunda mujer que interpreta Geretto es una acompañante de enfermos, la solitaria que nunca se pierde un entierro, un cuervo. Su marido que la visita hecho un fantasma, se le aparece en la mesita de luz y quiere el control remoto del televisor.
El difunto esperaba que lo cremaran, y esparcieran sus cenizas al mar. Cobraban muy caro, dice Nelly. Mejor hacerlo asado y mandar las cenizas al Maldonado, con un poco de paciencia llegarán al mar, remata.
La tercera mujer, es una madre marginal y joven. Presenta a su hija, Chuky, que anuncia en el contestador de su teléfono celular que “lo hace con globito”. Sus hijos no le hacen caso, su último marido está preso y el padre de los niños murió en un “ataque violento” de ella, por así decirlo. La soledad de los pobres es en compañía, en un departamento de dos ambientes en el que viven siete personas intentando sobrevivir.
Y todas estas mujeres se encarnan en el centro de un huracán. En instantes de soledad que se unen y atan de principio a fin, como una soga para que sirva de guía para las que vienen detrás, una vez que sus hijos se van, sus maridos se mueren y sus amantes las abandonan.
Juan Pablo Geretto hace un trabajo impecable en el que recorre todos los espectros de las emociones humanas.
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Las encrucijadas de Omaha
La película About Schmidt, estrenada en 2002, dirigida por Alexander Payne y protagonizada por Jack Nicholson, en el papel Warren Schmidt, ofrece una profunda mirada sobre la rutina, los quehaceres cotidianos y el poder de las personas de cambiar su vida y las de los demás.
Todo comienza cuando Warren pasa a retiro e inicia una nueva etapa en su vida. Se convierte en un recién jubilado, en una casa vieja, conviviendo con una mujer a la que la ve cada vez más anciana y un mundo inexplorado: el de un hombre mayor que no va a trabajar todos los días y tiene que mantenerse activo por sí mismo.
A Schmidt lo reemplaza un muchacho joven en su trabajo, con una licenciatura en Administración quien, según Warren, conoce bien la teoría y puede introducir números en una computadora, pero no sabe cómo manejar a la gente ni ser vicepresidente adjunto de una de las mayores compañías de seguros de los Estados Unidos.
Mirando la televisión, gracias a un comercial, alienado, da un primer paso para brindarle un nuevo sentido a su existencia. Decide apadrinar a un niño de Tanzania llamado Ngudu Ubu. Así es que comienza a escribirle cartas exagerando todo aquello que tiene que ver con su vida.
Las cartas son espacios en los que se escucha la voz de Schmidt, como narrador, justificándose a sí mismo. Buscando explicaciones dentro de sí. Desdiciéndose. Mostrando una faceta de sí mismo que las imágenes no alcanzan a retratar. Las cartas a Ngudu, actúan como la consciencia de Warren. A través estas, puede conocerse cuál es el verdadero pensamiento de Schmidt en cuestiones transcendentales. Sus valores, su moral y sus ideas sobre el mundo y sobre quienes lo rodean.
Tres sucesos se materializan en eventos inminentes en la vida de Warren. Desde el punto de partida, su jubilación y la consecuente cena de festejo por su retiro. Este peregrinaje concluye con el inminente casamiento de su hija Jeannie con Randall, un hombre al que Schmidt no aprueba. Las cosas que hacen su vida, que la entorpecen, se materializan en actividades sociales. Algo que contiene cierto tinte trágico para un hombre tan alienado como Warren.
Entre su retiro y el casamiento de su hija, ocurre un acto que lo sumerge aún en una tristeza mayor. Este hecho, desencadena un viaje que transforma a la película por momentos en una Road Movie llena de encuentros, sorpresas, momentos de comedia e instantes agridulces. Al igual que su vida, es un trayecto lleno de rechazos, frustraciones, humillaciones y fracasos. Schmidt se da cuenta de que nunca ha hecho nada destacado en la vida, ni tampoco ha hecho nada por mejorar la vida de los demás. O eso cree hasta el final.
En su travesía por las rutas, como si se tratara de un Quijote de 66 años y de Omaha, Nebraska, Warren se ve a cada momento cada vez más parecido a quienes alteraron su entorno y lo pusieron en distintas encrucijadas durante su vida. A su mujer, que veía como a una persona vieja, que le gustaba coleccionar desde tazas hasta muñecos, se encuentra él, más tarde, comprando las mismas estatuillas. Así también, a alguien que le ofrece su amistad en medio del viaje, de manera desinteresada, como su mejor amigo hizo con él, lo traiciona en el primer intento.
De esta manera, al protagonista de la película le sucede como al Quijote en la segunda parte del libro que lleva su nombre. Se parece cada vez más a Sancho Panza, y este último, se asemeja cada vez más al ingenioso caballero de La Mancha.
La vida le arrebata a Schmidt todo lo que está a su paso: desde su trabajo hasta a su hija y todas las instituciones que habían dado alguna forma a su vida. Una existencia digna del prototipo del sueño americano. Al perder todas esas cosas, sin todas estas herramientas que edifican la moral burguesa, finalmente él puede evaluar si logró cambiar su vida o la de alguien más. “Perdiéndolo todo, seremos libres para obrar” escribió el periodista y novelista estadounidense Chuck Palahniuk en su Best Seller El Club de la Pelea.
Al no estar atado a todo lo que antes tenía que acababan por poseerlo, puede ver con claridad si pudo ser o hacer algo importante con su vida. Warren se pone como ejemplos a seguir a Henry Ford y Walt Disney, dos íconos de la cultura popular estadounidense. Según él, alcanzaron cambiar la vida de la gente con sus ideas. Algo que descubrirá por si mismo, tarde o temprano.
Todo comienza cuando Warren pasa a retiro e inicia una nueva etapa en su vida. Se convierte en un recién jubilado, en una casa vieja, conviviendo con una mujer a la que la ve cada vez más anciana y un mundo inexplorado: el de un hombre mayor que no va a trabajar todos los días y tiene que mantenerse activo por sí mismo.
A Schmidt lo reemplaza un muchacho joven en su trabajo, con una licenciatura en Administración quien, según Warren, conoce bien la teoría y puede introducir números en una computadora, pero no sabe cómo manejar a la gente ni ser vicepresidente adjunto de una de las mayores compañías de seguros de los Estados Unidos.
Mirando la televisión, gracias a un comercial, alienado, da un primer paso para brindarle un nuevo sentido a su existencia. Decide apadrinar a un niño de Tanzania llamado Ngudu Ubu. Así es que comienza a escribirle cartas exagerando todo aquello que tiene que ver con su vida.
Las cartas son espacios en los que se escucha la voz de Schmidt, como narrador, justificándose a sí mismo. Buscando explicaciones dentro de sí. Desdiciéndose. Mostrando una faceta de sí mismo que las imágenes no alcanzan a retratar. Las cartas a Ngudu, actúan como la consciencia de Warren. A través estas, puede conocerse cuál es el verdadero pensamiento de Schmidt en cuestiones transcendentales. Sus valores, su moral y sus ideas sobre el mundo y sobre quienes lo rodean.
Tres sucesos se materializan en eventos inminentes en la vida de Warren. Desde el punto de partida, su jubilación y la consecuente cena de festejo por su retiro. Este peregrinaje concluye con el inminente casamiento de su hija Jeannie con Randall, un hombre al que Schmidt no aprueba. Las cosas que hacen su vida, que la entorpecen, se materializan en actividades sociales. Algo que contiene cierto tinte trágico para un hombre tan alienado como Warren.
Entre su retiro y el casamiento de su hija, ocurre un acto que lo sumerge aún en una tristeza mayor. Este hecho, desencadena un viaje que transforma a la película por momentos en una Road Movie llena de encuentros, sorpresas, momentos de comedia e instantes agridulces. Al igual que su vida, es un trayecto lleno de rechazos, frustraciones, humillaciones y fracasos. Schmidt se da cuenta de que nunca ha hecho nada destacado en la vida, ni tampoco ha hecho nada por mejorar la vida de los demás. O eso cree hasta el final.
En su travesía por las rutas, como si se tratara de un Quijote de 66 años y de Omaha, Nebraska, Warren se ve a cada momento cada vez más parecido a quienes alteraron su entorno y lo pusieron en distintas encrucijadas durante su vida. A su mujer, que veía como a una persona vieja, que le gustaba coleccionar desde tazas hasta muñecos, se encuentra él, más tarde, comprando las mismas estatuillas. Así también, a alguien que le ofrece su amistad en medio del viaje, de manera desinteresada, como su mejor amigo hizo con él, lo traiciona en el primer intento.
De esta manera, al protagonista de la película le sucede como al Quijote en la segunda parte del libro que lleva su nombre. Se parece cada vez más a Sancho Panza, y este último, se asemeja cada vez más al ingenioso caballero de La Mancha.
La vida le arrebata a Schmidt todo lo que está a su paso: desde su trabajo hasta a su hija y todas las instituciones que habían dado alguna forma a su vida. Una existencia digna del prototipo del sueño americano. Al perder todas esas cosas, sin todas estas herramientas que edifican la moral burguesa, finalmente él puede evaluar si logró cambiar su vida o la de alguien más. “Perdiéndolo todo, seremos libres para obrar” escribió el periodista y novelista estadounidense Chuck Palahniuk en su Best Seller El Club de la Pelea.
Al no estar atado a todo lo que antes tenía que acababan por poseerlo, puede ver con claridad si pudo ser o hacer algo importante con su vida. Warren se pone como ejemplos a seguir a Henry Ford y Walt Disney, dos íconos de la cultura popular estadounidense. Según él, alcanzaron cambiar la vida de la gente con sus ideas. Algo que descubrirá por si mismo, tarde o temprano.
Ustedes y Nosotros - 678
Pocas veces en la historia del Siglo XX, algún país, sin ninguna guerra de por medio, sufrió tal depredación en lo cultural y económico como sucedió con la Argentina en la década de los noventa. Desde el desprendimiento inexplicable de la explotación de sus recursos naturales hasta la privatización de los canales de televisión, el saqueo fue implacable.
A pesar de que se respira en amplios espacios una sensación de victoria cultural de desprecio a la última década del siglo pasado, en las señales televisivas más populares, la preponderancia del discurso único, característica irrefutable de aquella era, sigue vigente.
El programa de televisión 678, que apoya abiertamente al gobierno de Cristina Fernández, el mismo que despotrica contra los diez años de 'menemato' que llevaron al país a su mayor crisis económica y destrucción de ámbitos de discusión e ideas, hace prevalecer sus formas de pensar como las únicas posibles y traza constantemente un mapa mediático que constituye una auténtica geografía de la exclusión.
En esta nueva taxonomía de los medios de comunicación, quienes trabajan en ciertos canales de televisión, emisoras de radio o escriben en algún medio, se convierten automáticamente en aliados o en enemigos de todo lo bueno y puro que puede ser el gobierno de Cristina Fernández.
De todas maneras, a través de una estética más parecida a la del show-bussiness en su presentación, que lo que esperaría de un programa periodístico, informativo o cultural, con música de fondo, efectos de sonido, dibujos y animaciones en sus informes, aún con toda esa parafernalia casi tinellistica que es moneda corriente en cualquier emisión televisiva hoy en día, queda en evidencia que los enemigos de 678, los que se paran detrás de aquella línea divisora imaginaria, operan de la misma manera.
Justifican su proceder. Si ellos 'nos atacan', dice 678, nosotros nos 'defendemos atacando'. No importa la profundidad y el análisis de ciertos temas escabrosos para el oficialismo como la famosa valija de Antonini Wilson, asunto prácticamente ignorado en el programa. Sino mostrar la moneda por el mismo lado que lo hace ‘el enemigo’.
"Los otros", los que no están parados al lado de 678, su bajada editorial, el Gobierno y sus fans en Facebook, trabajan las 24 horas al día desde la geografía que les toca. Desde TN, Clarín, Canal 13, Radio Mitre, hasta desde TyC Sports, disparan desde cuanto frente sea posible hacia todo progreso u opinión de la presidente y de su Gabinete de ministros, empresarios aliados, senadores o diputados oficialistas. Estos no se ahorran chabacanerías, golpes bajos, ni transpiran al mentir lisa y llanamente desde el rol que ocupan. Todo esto, según la visión del mundo planteada por 678, que cuenta con un extenso archivo que a través de un poco cuidado montaje en un informe no deja lugar a dudas de las intenciones del enemigo.
El programa 678 dura tan solo unas horas al día, de domingo a jueves y va por el canal de aire con menor promedio de rating. No lo mira un volumen grande de gente y el promedio de televidentes, de todas las señales de televisión abierta, no es capaz de reconocer a más de dos de las personas que figuran como panelistas a diario. Ninguno es una vedette, ni tuvo algún escándalo mediático que haya ameritado una tapa en Paparazzi, Caras o Gente ni salir en lo de Rial.
Sin embargo, es uno de los programas que más irrita y molesta a la oposición. Porque los deja en evidencia y si algo caracteriza al político promedio argentino es su falta de empeño en su cargo de funcionario público.
Muchas veces, la única crítica y bandera de apoyo al Gobierno, es la demostración de lo demoníacos y negativos que son los integrantes de “los otros”. Para 678 y su mundo, los opositores no tienen ideas, no tienen ideología ni bandera más allá que la sútil y superficial demostración que mostrar “si Cecilia Pando es opositora, todos lo que no están de acuerdo con el kirchnerismo, están del lado de Cecilia Pando”. No hay lugar para los tibios.
Configura un mapa de medios que pareciera ser una nueva Cortina de Hierro y el regreso, por sólo unas horas, que se repiten largamente en programas que hacen “copy paste” audiovisual (RSM, TVR, Infama y la lista sigue), de la idea de un mundo polarizado. La emisión de 678 representa una visión de la sociedad argentina que bien encajaría en el poema del escritor uruguayo Mario Benedetti titulado “Ustedes y nosotros”.
Aunque no deja espacios a la réplica, nunca sale al aire un opositor o una persona que no sea afin al Gobierno a dar explicaciones por las cuestiones que se discuten sobre la mesa (como ocurre en TN), puede sacarse una conclusión positiva: un programa tan oficialista hace posible escuchar las dos campanas y la voz casi explicita del Gobierno, que tantas veces se lo criticó de ‘no dar entrevistas’. Esto genera un ámbito de discusión en la sociedad, en la mesa de café o en la esquina. Crea espacios en el que uno puede intentar convencer al otro. Convencer, que en definitiva no es más que un verbo compuesto que significa “vencer con…” el opositor, el amigo, o por qué no, con uno mismo.
A pesar de que se respira en amplios espacios una sensación de victoria cultural de desprecio a la última década del siglo pasado, en las señales televisivas más populares, la preponderancia del discurso único, característica irrefutable de aquella era, sigue vigente.
El programa de televisión 678, que apoya abiertamente al gobierno de Cristina Fernández, el mismo que despotrica contra los diez años de 'menemato' que llevaron al país a su mayor crisis económica y destrucción de ámbitos de discusión e ideas, hace prevalecer sus formas de pensar como las únicas posibles y traza constantemente un mapa mediático que constituye una auténtica geografía de la exclusión.
En esta nueva taxonomía de los medios de comunicación, quienes trabajan en ciertos canales de televisión, emisoras de radio o escriben en algún medio, se convierten automáticamente en aliados o en enemigos de todo lo bueno y puro que puede ser el gobierno de Cristina Fernández.
De todas maneras, a través de una estética más parecida a la del show-bussiness en su presentación, que lo que esperaría de un programa periodístico, informativo o cultural, con música de fondo, efectos de sonido, dibujos y animaciones en sus informes, aún con toda esa parafernalia casi tinellistica que es moneda corriente en cualquier emisión televisiva hoy en día, queda en evidencia que los enemigos de 678, los que se paran detrás de aquella línea divisora imaginaria, operan de la misma manera.
Justifican su proceder. Si ellos 'nos atacan', dice 678, nosotros nos 'defendemos atacando'. No importa la profundidad y el análisis de ciertos temas escabrosos para el oficialismo como la famosa valija de Antonini Wilson, asunto prácticamente ignorado en el programa. Sino mostrar la moneda por el mismo lado que lo hace ‘el enemigo’.
"Los otros", los que no están parados al lado de 678, su bajada editorial, el Gobierno y sus fans en Facebook, trabajan las 24 horas al día desde la geografía que les toca. Desde TN, Clarín, Canal 13, Radio Mitre, hasta desde TyC Sports, disparan desde cuanto frente sea posible hacia todo progreso u opinión de la presidente y de su Gabinete de ministros, empresarios aliados, senadores o diputados oficialistas. Estos no se ahorran chabacanerías, golpes bajos, ni transpiran al mentir lisa y llanamente desde el rol que ocupan. Todo esto, según la visión del mundo planteada por 678, que cuenta con un extenso archivo que a través de un poco cuidado montaje en un informe no deja lugar a dudas de las intenciones del enemigo.
El programa 678 dura tan solo unas horas al día, de domingo a jueves y va por el canal de aire con menor promedio de rating. No lo mira un volumen grande de gente y el promedio de televidentes, de todas las señales de televisión abierta, no es capaz de reconocer a más de dos de las personas que figuran como panelistas a diario. Ninguno es una vedette, ni tuvo algún escándalo mediático que haya ameritado una tapa en Paparazzi, Caras o Gente ni salir en lo de Rial.
Sin embargo, es uno de los programas que más irrita y molesta a la oposición. Porque los deja en evidencia y si algo caracteriza al político promedio argentino es su falta de empeño en su cargo de funcionario público.
Muchas veces, la única crítica y bandera de apoyo al Gobierno, es la demostración de lo demoníacos y negativos que son los integrantes de “los otros”. Para 678 y su mundo, los opositores no tienen ideas, no tienen ideología ni bandera más allá que la sútil y superficial demostración que mostrar “si Cecilia Pando es opositora, todos lo que no están de acuerdo con el kirchnerismo, están del lado de Cecilia Pando”. No hay lugar para los tibios.
Configura un mapa de medios que pareciera ser una nueva Cortina de Hierro y el regreso, por sólo unas horas, que se repiten largamente en programas que hacen “copy paste” audiovisual (RSM, TVR, Infama y la lista sigue), de la idea de un mundo polarizado. La emisión de 678 representa una visión de la sociedad argentina que bien encajaría en el poema del escritor uruguayo Mario Benedetti titulado “Ustedes y nosotros”.
Aunque no deja espacios a la réplica, nunca sale al aire un opositor o una persona que no sea afin al Gobierno a dar explicaciones por las cuestiones que se discuten sobre la mesa (como ocurre en TN), puede sacarse una conclusión positiva: un programa tan oficialista hace posible escuchar las dos campanas y la voz casi explicita del Gobierno, que tantas veces se lo criticó de ‘no dar entrevistas’. Esto genera un ámbito de discusión en la sociedad, en la mesa de café o en la esquina. Crea espacios en el que uno puede intentar convencer al otro. Convencer, que en definitiva no es más que un verbo compuesto que significa “vencer con…” el opositor, el amigo, o por qué no, con uno mismo.
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