martes, 19 de mayo de 2009

Los Emanueles

Por Olga Gonzalez .
Hora de la cena, los tres sentados frente al televisor. Reparto los fideos. Desde la pantalla omnipresente en nuestras comidas, nos habla Lucas; relata que está preso por matar a su padre. Ricardo observa… mastica, y luego dice “mirá los ojos de ese pibe, este pibe no está bien, para mí está loco”, lo confirma unos segundos después el locutor informando que está detenido en la Unidad 34, de Melchor Romero. Nadia interrumpe, manifiesta su disconformidad con la salsa y trata de esgrimir una serie de argumentos sobre lo delicioso que es comer fideos tallarines con mayonesa, con mucha mayonesa. Luego de un forcejeo con el plato, la salsa y la mayonesa, triunfan los tomates a instancias de la voz del padre que llama al orden y dictamina “te comés eso y se acabó”, en tanto Lucas, desde la pantalla, nos cuenta que mató a golpes a su viejo con una llave inglesa, la madre corrió a buscar ayuda, y los vecinos lo sacaron de la casa. No recuerda mucho más del suceso, lo lamenta. Argumenta que las palizas a su madre eran una constante desde su infancia, cuenta su miedo, y cuenta que ahora su proyecto es estudiar. El estudio, ese mítico bien que nos permitirá ingresar a un lugar mejor. Increíble cómo aún subsiste en el imaginario social la posibilidad de progreso a partir de él, eso me recuerda la tarea de Nadia y arremeto, como el paladín justiciero del tallarín. Nadia devuelve el golpe “ya los hice” contesta y con mirada socarrona dice: “¿no era que esto ustedes no lo veían?“. En ese instante aparece en la escena televisiva Emmanuel, quien en este punto se ha convertido en un personaje popular y atractivo entre los seguidores de “Cárceles”, entre los que se encuentra Nadia. Todos quedamos en silencio. Miramos su “salida transitoria”, levanto los platos. El ambiente cotidiano está enrarecido; miro a mi derecha y veo el gris de la angustia en los ojos verdes de Ricardo, la mesa se hunde en el piso, Emmanuel, su Emmanuel, ese joven de diecinueve años, de ojos suaves y bella sonrisa, que abandonó la escuela, que se inscribió tres años al mismo grado, a fuerza de ruegos, charlas y amenazas, que se resiste al amor y preocupación de su padre. Aquel que sólo hace trabajos de lavador de autos, que aparece y desaparece en horas y circunstancias extrañas, que tiene una suerte excepcional y por eso “encuentra muchas cosas” o “son de un amigo”. Su vida, un misterio. Su devenir nuestro temor. Nadia otea el aire y le parece mejor desaparecer, se va a dormir. Empleos sin calificación, precariedad, delito, son circunstancias tan cercanas a los jóvenes de las clases medias bajas, a los Emanueles, sin embargo esta precariedad no les es ajena, la conocen, la vieron en la vida de sus padres, que por lo general han ingresado al mundo del trabajo en la década de los 80, está “naturalizada”, se instaló en su imaginario ese vivir hoy, la incertidumbre del trabajo, la seguridad del desempleo. Si no hay posibilidad de crecimiento económico, se rompe el pacto social, entonces para qué nadar contra la corriente, mejor sólo dejarse arrastrar. Quizás estos jóvenes lo saben y por eso únicamente para ellos cuenta el hoy. Los Emmanueles sólo tienen empleos temporarios, cuando los tienen. Este Emmanuel se negó a la “oportunidad”, reservada a otros marginados que quieren integrarse, unirse al sistema siendo policía, esa mano de obra descartable también de esta sociedad. No quiso, no le gusta la estructura, y lo reafirmó haciéndose un tatuaje de hombro a hombro para que su padre ya no insista. Vuelvo al televisor y otro preso dice: “Acá comés todos los días y no tenés que preocuparte por la comida, afuera es la verdadera lucha, comés o te comen”, agrega. Miro a mi derecha de nuevo, la angustia continua ahí y nada puedo hacer. Por eso no miramos “Cárceles”, o quizá por eso lo mira Nadia. Porque para las clases desposeídas, “Cárceles” está ahí, en nuestra puerta, en la vida diaria, en la casa de mi vecino, está en nuestros jóvenes. Quizá “Cárceles” naturaliza la mirada de la sociedad sobre esta situación. Nos acostumbra a ver a estos jóvenes como presidiarios, a no ver la falta de oportunidades que genera la desigualdad social. Lo vemos gracioso y hasta divertido, y no nos compromete como sociedad a buscar una salida, parece que eso sucede y punto. Debemos aceptar que en cualquier instante esa realidad se siente a nuestra mesa a comer y amenace de cerca a nosotros y a nuestros hijos. Como sociedad tenemos que ocuparnos de encontrar una solución al desamparo de estos jóvenes, asignarles un rol, un futuro, un empleo. La posibilidad de inserción tiene que ser real. La incertidumbre genera miedo, angustia, resentimiento algo que casi todos los que pasamos los 80 y 90 en estas tierras conocemos, esa es la verdadera inseguridad sobre la que tenemos que aplicar la mano dura, el encarcelamiento de los Emanueles no es lo que nos permite crecer como sociedad, eso habla de nuestros errores, mirar “Cárceles”, y ver nuestros pibes y los del vecino en la pantalla no debería ser un entretenimiento.
Imagen: La indiferencia de la mayoria Lienzo, 120x 120 , de Moises Herqueta

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