miércoles, 16 de diciembre de 2009

Participación en clave carnavalera

Cuando las personas toman las calles, van haciendo historia, me dijeron alguna vez. Recordé esa frase mientras miraba una murga en pleno movimiento.

Un salto y una pirueta en el aire. Bombos, platillos. Un silbato. Colores que reflejan los pocos rayos de sol que se escapan por entre las nubes. Y ganas reprimidas de imitar los movimientos.

Esta gente se viste de resistencia. Cantan contra la discriminación, contra el hambre y la pobreza. Continúan una tradición iniciada por los esclavos que crearon la murga como una manera de romper las cadenas, curar el maltrato y burlarse de sus amos.

Es un domingo frío y Barracas es un barrio gris, entre el cemento de la autopista y la viscosidad del riachuelo. ¿Por qué hacen lo que hacen?

Encontrarse, pertenecer, artepolítica... política en estado puro, me respondo, mientras el grupo hace un giro, un salto y una patada al aire y avanza.

Van en contramano. Y a contrapelo. ¿Sabrán que ganó la derecha en las elecciones del domingo pasado? Imagino que eso es un motivo más para tomar las calles y mostrar sin confrontaciones, que no todo está perdido.

Demostrar que se pueden crear espacios de contención y expresión. Que las redes sociales no quedaron confinadas a la virtualidad de internet.

También, que el encuentro intergeneracional todavía es posible y que la identidad puede construirse desde el barrio. ¿Se puede medir el impacto que una murga puede tener en su comunidad?

La murga también puede ser expresión de cambio, pienso. Una murga puede recrear los lazos sociales que las crisis tienden a romper. Agregar un poco de significado al mucho sinsentido que nos rodea.

Tampoco se olvidan del tema ambiental y las mentiras de María Julia y todos los que vinieron después.

Arturo Jauretche dijo que “los pueblos tristes no llegan a ningún lado ni ganan ninguna batalla”. Tal puede ser la importancia de las murgas: impulsarnos al futuro; ganar las luchas cotidianas. Participación en clave carnavalera.

A través de una manifestación cultural ciudadana se puede recuperar no sólo la cohesión comunitaria y la crítica constructiva sino que también se puede dar respuesta al omnipresente tema de la seguridad, sin demonizar a nadie, sin estigmatizar. Con alegría.

Buenos Aires sabe de calles y de historia. Muchas veces me cuestioné sobre los resultados de participar de las marchas, de saltar, gritar, pedir, proponer, exigir. Por momentos parece humo, puro teatro. Aún así, estaba -y estoy- convencido de que hay que marchar.

Tomo una nota mental: apropiación positiva del espacio público, rescate de la identidad, expresión artística y construcción política se amalgaman en esta gente de Barracas.

Las organizaciones tradicionales se desmoronan o se empecinan en subsistir conectadas al respirador artificial. Se impone un tiempo de creatividad para reconstruir los lazos sociales. Creo que la murga puede dar algunas respuestas.

¿Se pueden categorizar en la experiencia de vida de un adolescente, de un jubilado o de un ama de casa el aporte cultural o la transformación individual y colectiva desatada por la pertenencia a una iniciativa de estas características?

Bombo y platillo a puro frenesí, en sintonía con el movimiento de los cuerpos. El ritmo se acelera. Más rápido. Los vecinos y curiosos acompañamos con las palmas. Es el clímax.

Aplausos. Llegamos. El fin del recorrido son las puertas de un centro cultural. Entrar es confirmar que se trata de dar testimonio en tiempos difíciles.

Un testimonio de que el teatro comunitario, el cine foro, la pintura mural y otras antiguas estrategias de apropiación popular de la producción de la cultura siguen vigente como alternativas para hacer oír otras voces.

Crear sinergias que fortalezcan el tejido social. Altermundismo lo llamarán muchos. Yo lo llamo desarrollo.

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