martes, 22 de junio de 2010

La inmortalidad del espíritu como obra de arte

Recoleta es un barrio tan histórico como moderno. En sus calles abundan los turistas, los bares de alta gama, personas de toda la Capital Federal y alrededores, que visitan cada rincón, con intenciones de conocer y recorrer una de las zonas más pintorescas que ofrece el paisaje habitual de la ciudad. En medio de un paseo entretenido, se levanta una entrada imponente, que no sólo llama la atención, sino que guarda tantas historias, como ningún libro de cuentos escrito hasta el momento. Columnas acanaladas y gigantes puertas de vidrio y hierro, dan a diario la bienvenida a un espacio tan cultural como turístico. El Cementerio de la Recoleta, lugar en el que descansan personalidades de Argentina y el mundo entero, encierra una inmensidad de sensaciones difíciles de explicar tan sólo con palabras. Allí adentro, todos los sentidos, tienen suficientes motivos para entretenerse. Lo lúgubre toma protagonismo mientras los primeros pasos son dados allí dentro. Es girar la cabeza y no dejar de sorprenderse con monumentos, monolitos, estatuas y placas realizadas por verdaderos artistas. La simpleza no es algo que se ve demasiado. Bóvedas, como edificios de dos o tres pisos, se han levantado estratégicamente entre las calles y pasillos de este lugar. Héroes, próceres, presidentes, actrices y actores, descansan en la eternidad y el recuerdo de muchos ciudadanos, que cada tanto, visitan las inmediaciones. No es para nada extraño ver extranjeros fotografiando cada rincón. Rostros poseídos por la admiración caminan en busca de imágenes estáticas que guardarán, quizás, en su colección de tesoros visitados. Tampoco es raro chocarse con quienes allí han encontrado una salida económicamente activa. Los tours guiados, llevan a quienes así lo prefieran, a recorrer las tumbas más famosas, de aquellos que son reconocidos a nivel mundial. Un ejemplo, es el de Eva Duarte de Perón, quien desde su inmortalidad espiritual, recibe flores frecuentemente. Repleto de mitos y novelas verídicas, el recinto logra causar fascinantes sensaciones y mantener en vilo a la imaginación, para fantasear con épocas pasadas. Algunos de los ejemplos más conocidos y admirados, son la romántica historia de Elisa Brown, hija del Almirante Guillermo Brown, quien descansa junto a él en su mausoleo. Elisa estaba comprometida con el marino Francisco Drummond, quien murió en batalla durante la guerra con el Brasil, por lo cual la joven tomó la trágica decisión de quitarse la vida arrojándose al Río de la Plata, vestida con el traje de novia que no pudo estrenar para la boda. O la conocida historia de Felicitas Guerrero, quien encontró la muerte al recibir un disparo, por parte de un hombre que habría estado enamorado de ella toda su vida. Cientos de relatos aseguran que en aniversarios de fallecimiento, estos espíritus y otros también muy conocidos, recorren las calles del lugar, con constantes llantos y penurias que acarrean hace más de un siglo. Las figuras realizadas en bronce, piedra, mármol y demás, dejan al espectador un mensaje tanto de tristeza, como de perpetuidad. Las mismas, mostrando gestos de desconsuelo, con ojos apagados y lágrimas talladas delicadamente, contienen el polvo de los años y tonalidades que van desde los grises hasta los verdes, según el material con que han sido hechas. Es fácil perderse, si quien ingresa lo ha hecho por primera vez y ha preferido recorrerlo sin pagar una visita guiada. Pero en cada movimiento realizado, se descubre una joya arquitectónica distinta, que en las épocas que corren ya no suelen ser vistas con demasiada frecuencia. Hoy en día, las figuras geométricas se imponen en la construcción, dejando a las hermosas curvas un tanto de lado. Esto último es algo que en la senda ofrecida por el Cementerio, no pierde vigencia. Pero así como se vislumbra un nivel adquisitivo importante, también están las criptas que parecen ser víctimas del irremediable olvido. Con un notable abandono que captura la atención de aquel costado morboso que el ser humano posee, ellas también tienen al menos el privilegio de posar para la lente de más de una cámara fotográfica. Inmóvil, por más tiempo que transcurra, este lugar regala historias que van desde el romanticismo hasta el odio despiadado. Desde la extrema alegría, a la amargura eterna. Todo se entremezcla tras la figura de almas que allí han de vagar, atónitas por la cantidad de personas que se interesan por sus vidas. Plegarias y rezos por la paz perenne, se suelen escuchar en pasillos alejados. Flores secas que llevan quizás, meses de haber sido depositadas, decoran un paisaje que no prioriza una algarabía constante, pero que hablan en silencio de nuestros antepasados. Leyendas de sobra, que merecen ser escuchadas, son expuestas ante aquellos oídos ansiosos por saber y comprender la importancia de quienes allí reposan. El sitio, regado de un acallado y respetuoso público, concede una excursión que vale la pena llevar a cabo. Sin límites de edad, sin preferencias por el aspecto físico, ni nada que se le parezca, el Cementerio de la Recoleta es un espacio majestuoso que, quienes todavía no lo han hecho, deberían conocer. Por grisáceo o sombrío que el anterior consejo aparente ser, el concurrente, si entiende de arte y fantasmas interesantes, podrá disfrutar de un día parecido a muchos… pero igual a ninguno. Macarena Fernández Conte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario