martes, 22 de junio de 2010

Realmente todos eran mis hijos

El realismo de Arthur Miller que dio sus frutos en diversas obras teatrales desafía a los directores de actores. Sin embargo, Claudio Tolcachir, ha demostrado otra vez que sabe ponerse en la piel de los escritores, y en ello el trasfondo moral de la obra supera el objetivo de cualquier director. En una historia en la que Miller supo otorgar a sus personajes toda una impronta que es inmanente a los diversos avatares de la economía de los EEUU y a los modos en que sus criaturas establecen, vulneran o manipulan sus vínculos en base a la circulación del dinero. Donde el naturalismo regresa con potencia.
Todos eran mis hijos es una obra del realismo norteamericano por lo que claramente lanza una sórdida denuncia social que critica a la humanidad: su corrupción y su avaricia, a través de los actos de una familia cualquiera y la decadente época que le tocó vivir.
La obra se presenta nuevamente arriba de los escenarios, esta vez en el teatro Apolo, ubicado en la calle corrientes y bajo la dirección del joven y consagrado director, que en otras oportunidades nos entregó trabajos excelentes como Tercer Cuerpo o La omisión de los Coleman .
Cuando la familia Keller parecía tenerlo todo a raíz del enriquecimiento que logra Joe (Lito Cruz) como fabricante de piezas de aviones para el gobierno, Steve Deever, socio de la compañía, va a prisión por una partida que deja un saldo de 21 aviones destrozados, y varios tripulantes muertos.
Pero no es Joe la víctima más grande en este caso. Kate Keller (Ana María Picchio) no puede sobreponerse a la noticia de la muerte de su hijo Larry, piloto del ejército norteamericano desaparecido en acción, y aún tres años después tiene la esperanza de recobrarlo, amparada en una intuición materna. Mientras tanto, Ann Deveer (Vanesa Gonzalez) la hija de Steve,dolorida por la muerte de su prometido Larry entra en escena dispuesta a contraer matrimonio con Chris (Esteban Meloni)el hijo que sobrevivió.
La historia transcurre en el jardín trasero de una casa en Estados Unidos durante 1947, cuya tranquilidad contrasta con los conflictos internos de los personajes, y alcanza el nivel más alto de emoción cuando George (Federico D´Elia)hermano de Ann se presenta en el lugar, tratando de encontrar una explicación a la culpabilidad de su padre.
La densidad de lo ocurrido circula tan rápido como el tren bala japonés, y hay aciertos de dirección notables, donde los papeles interpretados por Esteban Meloni y Vanesa González juegan escenas que alcanzan los puntos más dramáticos de la obra, muy bien acompañados por Federico D’Elia.
Cada personaje representa un conflicto, la familia “ideal”, la familia frustrada, la familia desintegrada, las actuaciones responden sin titubeos a ese fin. El elenco lo completan Marina Bellati, Diego Gentile, Adriana Ferrer y Carlos Bermejo.
Por su parte, Ana María Picchio se luce por encontrar el exacto punto de los personajes femeninos embragues de las obras de Miller. Esas mujeres que se debaten siempre entre la verdad y la necesidad de sostener una familia a cómo dé lugar, porque en ellas reposa cierta estrategia que las lleva a querer obtener una estabilidad tan precaria como la felicidad que se podría alcanzar, un american dream de hojalata.
Si bien la época en que transcurre nos remite al pasado, el debate moral al que nos somete nos coloca irremediablemente en el presente. Se nos habla de egoísmo, ambición desmedida y cómo la falta de responsabilidad en nuestras acciones son capaces de causar un daño irreparable en los demás. Y lo que es peor la mentira sostenida para ocultarlo frente a los ojos de nuestros hijos y de la sociedad.
En una historia donde la guerra hiere una familia como una bomba destruye una ciudad.
La escenografía también naturalista, es sobria y colabora con la diégesis porque, para contar esta historia, un jardín por el que puedan transitar vecinos y amigos y una casa detrás donde se desarrollarán escenas que inquietan y determinan, es suficiente. La iluminación juega su papel con acierto en los claro oscuros de la planta escénica y de la historia. El vestuario, maquillaje y peinados ayudan a reconstruir la época e la que transcurre la historia.
El acierto de la puesta en escena de la historia de Miller quizás tenga que ver con nuestra negación como sociedad de hechos mediante todo tipo de artilugios. También es probable que la historia ponga a la par a la sociedad norteamericana con la nuestra al momento de no asumir responsabilidades con los acontecimientos más trágicos del país.
De cualquier modo muchos veremos reflejados en el espejo las miradas de los jóvenes que se preguntarán cuál es el futuro de la historia, cuyos capítulos de perdieron con el individualismo de quienes construyeron la sociedad en la que viven.

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