jueves, 4 de agosto de 2011

Arte en el delta

Vanguardia, impacto, texturas y obras que dejan mensajes, son los componentes infaltables de las pinturas y esculturas que Milo Lockett y Felipe Giménez, exponen en el Museo de Tigre.
Una día cómo cualquier otro puede convertirse en algo interesante cuando el tiempo se utiliza para algo diferente. Algo similar ocurrió con los hoy artistas plásticos Milo Lockett y Felipe Giménez cuando dijeron basta a su vida para dar un giro y hacer lo que más les complacía, pintar. Sin embargo, todo ese pasado no queda en el olvido, sino que más que nunca forma parte de sus vidas e incluso, de sus obras. Y es justamente producto de los riesgos que tomaron, lo que está expuesto en el Museo de Arte de Tigre, el único lugar donde la armonía y el ruido visual, lo moderno y lo antiguo e incluso, lo estructurado y lo no tanto, son capaces de convivir de una manera tan singular como atrapante. Desde lejos, el imponente edificio se abre paso entre el río y los cafés, siendo ellos sus únicos límites. Una enorme galería queda cubierta por su terraza, que a modo de muelle pero en la altura, hace que la vista pueda ir incluso más allá del horizonte. Las columnas y los faroles redondos, tanto como el contexto mismo de la estructura, invitan a la sensibilidad o, por lo menos, a pensar de una manera que apela a los sentimientos. Apenas adentro del edificio, un pequeño cuarto que desemboca en otros más grandes, llama la atención por sus paredes de estilo afrancesado y de colores cálidos. Sin embargo, un paso más adelante, la vista se dirige rápidamente a “Tratando de no cortar el lazo” e “Ilusionados” dos de las obras de Felipe Giménez que más hacen rever la conciencia. La primera es un cuadro en donde una hilera de siete hombres vestidos con traje y con portafolios en sus manos, intentan no desprenderse de una especie de soga color rojo intenso; en el lado derecho, el lazo aparece cortado y de ella cuelga uno de ellos que intenta amarrar los dos extremos. Enseguida, debajo de el, su portafolio cae al vacío. La segunda obra es una escultura que se encuentra al pie de la pintura, un largo bote tallado en madera lleva a un grupo de personas que miran hacia arriba como si estuviesen esperando algo. Si bien miles de interpretaciones son posibles, hay un sentido que cae de maduro. Felipe Giménez muestra a través de su pintura, el comportamiento que tienen varias personas con respecto a su trabajo, a modo de que su vida, suele reducirse a ello; asimismo su círculo familiar y de amigos, queda también excluido. El contraste de esta obra está representado en la escultura, las personas en el bote simbolizan esos lazos que no se quieren cortar, que a su vez, ilusionados o esperanzados, miran a los hombres que luchan contra la absorción que les significa su ámbito laboral. Una vez recorrido el primer cuarto, de los lados izquierdo y derecho, se abren dos posibles caminos a seguir. El de la izquierda resulta más llamativo porque del espacio rectangular que ocuparía una puerta (que no la hay), se deja entrever una obra gigantesca de 300 x 600 cm hecha totalmente con botones y retazos de tela. Los colores que utilizó el chaqueño Milo Lockett, hacen que mover el ojo del paño de tela sea una cosa imposible. Sin embargo, en un suspiro, la vista se desvía y enseguida vuelve a quedar atrapada por la rareza de una escultura objeto color amarillo, cuya forma, es una mezcla entre un elefante y un perro, animales recurrentes en sus obras. A pesar del ojo obnubilado por el impacto que producen los colores tan brillantes que utiliza (el rojo, el amarillo, el verde, el naranja y rosa), otro elemento fundamental para el artista oriundo del Chaco, son las palabras que, como figura no se les puede prestar atención pero, como fondo o contexto, tienen un significado concreto. Una obra no es solamente mirar el dibujo, sino también lo que lo contiene. Amor, paz, abrazo y caricia son los conceptos que más aparecen en los cuadros de Lockett quien, similar a Giménez, intenta también dar un mensaje o por lo menos llamar, a los que están disfrutando de verlas, a la reflexión, al pensamiento y a la conmoción. Muy cerca de la salida a la terraza-muelle, se abre paso el último cuarto de la exposición. Una vez más, Felipe Giménez impresiona con la sencillez de sus dibujos que desembocan en un pensamiento profundo. Con un fondo rojo impactante y de un tamaño mediano, cautiva “No fue fácil llegar juntos”. En el dibujo aparece un pequeño modular, una puerta de fondo y una mesa pero, en el centro, una “pila” de objetos como sillas, relojes, cacerolas, mascotas, libros y dinero, entre otros, son el sostén de una pareja que se abraza en la cima. De manera muy gráfica y entendible, Giménez plasmó todo aquello por lo que una pareja tiene que pasar para estabilizarse, consolidarse y llegar al destino común que tanto planearon, en donde, las dificultades, procesos y “cosas” que soportaron son los cimientos fundamentales de la construcción que lograron juntos. Al salir del primer recorrido es casi inevitable la reflexión acerca de lo que se vio dentro. No fueron solamente colores, elementos, palabras, dibujos o líneas unidas en un cuadro o escultura bajo el sello de un edificio como lo es el Museo de Arte de Tigre, que realmente inspira, sino que se da lo que los artistas buscaron con su simpleza, desestructuración, no limitación y sin “categoría” que los englobe en un estilo, pero si la evocación a pensarse, auto criticarse, conocerse y verse reflejado a través del arte lo fuera, estaría perfectamente logrado. Ya fuera del laberinto constituído por los cuartos donde son expuestas las obras de vanguardia, una gran escalera de mármol blanco de doble circulación irrumpe el tránsito hacia la salida por dos motivos: no se asemeja a lo que se acaba de vislumbrar y por su solemne presencia. Pisarla y explorarla es ineludible y, de una manera u otra, anticipa lo que se va a ver en el primer piso del Museo de Arte de Tigre, donde la colección de obras del Municipio están expuestas para que todos la puedan disfrutar. El segundo nivel ofrece totalmente lo contrario a lo expuesto por Lockett y Giménez. Dejando lo impactante y llamativo de lado, el salón oval que antes supo ser el cuarto de baile por las épocas cuando el Tigre Club todavía funcionaba, hoy está convertido en una sala de exposición de arte argentino figurativo que abarca desde finales del siglo XIX a mediados del XX. La parte inicial del recorrido en el salón del primer piso, contiene pinturas sobre “el Tigre y el Delta”, donde pintores como León Palliere, Horacio Buttler, Carlos Barberis y acuarelistas como Jorge Larco y Agustín enguía; se encuentran inmortalizados. En un cuarto cercano, Carlos Pellegrini, Juan León Palliere, Juan Mauricio Rugendas, José Aguyari, Eduardo Sívori y Angel Della Valle tienen su lugar merecido por ser los precursores del arte argentino. Asimismo sucede con el Grupo de la Boca, es decir, los pintores que tuvieron como fuente de inspiración aquel barrio porteño pero, especialmente, el puerto. El reconocido Benito Quinquela Martín, así como, Miguel Carlos Victoria, Fortunato Lacámera, son sólo algunos de los autores de los cuadros expuestos. Ya se vio vanguardia, pinturas dedicadas al delta y otras tantas dedicadas al puerto de la Boca, pero sin embargo, no es todo. El arte figurativo cuya temática tiene que ver con la figura humana, encuentra su lugar en un cuarto cercano a la nueva salida. Pintores como Víctor Cónsulo, Antonio Átice, Antonio Berni Y Lino Spilimbergo son sólo algunos de los exponentes. El MAT (Museo de Arte de Tigre) tiene para todos los gustos, ninguno parece quedar exluído de la inmensa variedad de cosas para ver en un lugar donde los godeos personales no importan tanto como abrir la mente. Para eso, lo necesario es dejarse llevar y hundirse en la basta variedad de estilos, colores, personalidades, telas, texturas y trazos, para intentar comprender de otra manera aquello que llamamos arte.

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