miércoles, 27 de julio de 2011

Un pequeño paisaje dentro de una gran ciudad

Por Rocío Paz

El sol calentó en medio de este crudo invierno a Buenos Aires, un buen clima que favoreció para que las personas paseen por las atracciones que tiene la ciudad porteña. El Jardín Japonés fue una buena opción para muchos.

Este fin de semana fue una fecha especial. Durante los primeros días de julio, el pueblo japonés festejó Tanabata- “El festival de los Deseos”. En esta ocasión, los asiáticos invitaron a participar de la celebración a todo el público presente.

Al entrar, se veía a las personas muy ansiosas buscando desesperadamente el papel donde colocar su deseo, y así, poder colgarlo del árbol de bambú ubicado en la entrada del museo.

“Mamá, dóblalo así los demás no leen tu deseo”; “Mamá, mi hermana quiere que le diga que voy a pedir”; entre otras frases se oyeron en el hall dónde se encontraban las mesas azules con papeles amarillos y celestes, que esperaban ser escritos por el público presente.

Doblados y colgados de una cinta roja, los deseos esperaban una ráfaga de viento que los llevara hasta la esfera de los dioses para que éstos ejercieran su poder y los cumplieran, como dice la leyenda. A su vez, el mito original expresa que es el único día del año dónde la Princesa Tejedora (la estrella Vega) y su amante, el boyero Altair, cruzan la Vía Láctea para encontrarse, por eso, es mencionado también como una fecha para el amor.

Además de este acontecimiento, se ofrecieron otros eventos: exposición de Kimonos (vestimenta típica del país) y un concierto de canciones japonesas.

Los rayos del sol transformaron a la tarde invernal en un cálido ambiente que propició que los participantes recorrieran cómodamente las instalaciones del jardín. Mientras caminaba por el puente, escuché los gritos de un nene hacia su padre: “mirá papá, ese pez se cree delfín”. Así fue. A la par de algunos salmones que se encontraban concentrados en un solo lado del lago, debido a que la gente les arrojaba alimento, había un pez que se dedicó a hacer piruetas para los más chiquititos. De forma vertical, paseó de izquierda a derecha por el agua. La gente, con una sonrisa, miró asombrada.

En el recorrido, la mirada se perdía por la mezcla del verde, en lo más alto de su pureza, con colores como fucsia, rojo o amarillo que tenían las flores que lo decoraban. Aunque el Jardín Japonés es pequeño, y carece de monumentos impactantes o de algún entretenimiento específico, estar en contacto con la naturaleza en medio de una ciudad tan llena de grises, permite que uno logré relajarse y contemplar la sencillez del ambiente.

Para los que viven en un ritmo vertiginoso toda la semana, es una buena opción para frenar e intentar adquirir esa espiritualidad que se transmite en el aire, bajar la velocidad de la razón y comenzar a aguzar los sentidos. Muchos despreocupados caminaban con el mate bajo el brazo, hablando de cualquier cosa. Los extranjeros, como siempre, se llevaron el premio de la tarde: fotos, fotos y más fotos.

Por el camino vi desfilar a una serie de personajes muy particulares… todos tenían un estilo diferente, sin embargo, estaban reunidos ahí con una determinada intensión: contagiarse de la cultura oriental, basada en las buenas energías, en la espiritualidad y en el culto a los antepasados.

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