lunes, 1 de junio de 2009

EL CINEMA DE LOS SUEÑOS PÉRDIDOS

Por. Ignacio González Prieto.

Cinema Paradiso narra la maravillosa historia de Salvatore -Totó-, un exitoso director, cuyo amor por el cine, su tierra, su novia y su amigo del alma -Alfredo- le inspiran a mejorar como persona, lo lleva por un paseo bello y nostálgico de su infancia, su adolescencia y su adultez. Giuseppe Tornatore -el director- conjugó los sueños de todo cinéfilo, vivir una fábula donde cada caída signifique levantarse más fuerte, donde se puede jugar con el tiempo, con la tristeza y con la alegría. Un mundo al cual tan sólo podemos observar y añorar. La partitura de Ennio Marricone jamás defrauda y es conmovedora, la hermosa fotografía de Blasco Giurato asombra y la magistral actuación de Philippe Noiret -como el bondadoso operador del cinematógrafo- no deja de generar admiración. Pero la estrella de la película es el Cine Paradiso, único vínculo sólido de todos los habitantes del pequeño pueblo, que nos da una lección de psicología social. Porque cobra una vida inusual acogiendo en sus butacas a mujeres que dan el pecho a sus hijos, hombres que roncan, chicos que se masturban sin reparo durante la primera época del destape, parejas que hacen el amor durante la proyección, grandulones y aficionados que van a ver el mismo film una docena de veces, el cura que censura todos los besos ante el abucheo general, la policía que suspende sus actividades durante las funciones, el rico del pueblo que desde la platea del primer piso escupe a “la plebe” de las filas baratas, un niño que empieza a aprender un oficio con un maestro circunstancial, familias enteras que viven esas proyecciones como si fuese la última y hasta un loco se adueña de la plaza cada vez que el pueblo se va al cine. Y con esta sala cómo excusa, que se asemeja a las de Bombay o el Cairo, de la Segunda Guerra Mundial, con una mirada lírica -como soporte- da también una radiografía de la sociedad italiana. Las noticias llegan por películas y diarios controlados por el Gobierno, las mujeres trabajan, sus hijos quedaron huérfanos, los jóvenes son reclutados por el ejército, los pueblos están desiertos y destruidos, la pobreza, el hambre y desempleo crecen. Todo es una confirmación del avance del sistema fascista y el férreo control de conductas y conciencias. Un proceso acelerado, plagado de revoluciones, que introdujo muchas innovaciones en los estilos de vida. Y es entonces, donde el edificio del Cinema Paradiso se convierte en espejo de la vida y el tiempo. Cambia la fachada, las butacas, los proyectores, las cintas, los empleados y hasta los dueños del cine. Por eso, su intencionado derrumbamiento final -para construir un moderno estacionamiento- supone el final de una etapa, no solo para Totó, sino para todo un pueblo, que ve ahogar su historia por la violencia destructora de los cambios, sin poder detenerlos y sabiendo que el olvido ganó la batalla. Algo similar se verá años después en películas Argentinas cómo: Luna de Avellaneda, El hijo de la Novia y Valentín, entre otras. Pero, no nos engañemos, pese a la eficacia y la brillantez de sus intenciones más evidentes e inmediatas, esta pieza ganadora del Oscar a la mejor película extranjera de 1989, no es profunda ni compleja. Porque una cosa es la sensibilidad destilada en los significados inherentes a los motivos profundos y otra es que el Director sea capaz de abordar esos temas con una mirada verdaderamente honda, más allá de una pincelada honesta. Por eso no es una película de autor, ni una obra maestra, porque se mueve en la eterna temática del hombre de éxito que retorna con culpa a buscar sus orígenes en una fugaz experiencia, motivada generalmente por algo trágico en este caso, la muerte de su viejo amigo. El resto de los perfiles o personajes que se pasean por la obra son típicos del mundo rural, son un reciclaje o repetición de lo que hizo Federico Fellini en Amarcord, uno de los filmes más increíbles de la historia. A pesar de todo, es buen cine. De sensible humanidad, para vernos reflejados y reflexionar acerca de nuestras vidas, pero sin perder de vista que juega con lugares comunes, tocando fibras tan evocadoras a nuestros temores como el amor, el tiempo y la muerte. Es así que se transforma en un producto de consumo fácil, y no sé si tiene méritos en hacernos emocionar hasta las lágrimas, por eternos y universales que sean sus contenidos.

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