viernes, 19 de junio de 2009

EL CRASH DE UN MUNDO MULTICULTURAL

Por. Ignacio González Prieto. Colisionan en Crash varias historias que transcurren en la sofisticada, deshumanizada y multicultural ciudad de Los Angeles: un policía blanco racista que suele sobrepasarse (Matt Dillon), dos inspectores, él negro (Don Cheadle) y ella hispana (Jennifer Espósito), dos ladrones de coches- negros, uno de ellos hermano menor del inspector- (Chris “Ludacris” Bridges y Larenz Tate), el fiscal general de la ciudad – blanco (Brendan Fraser)- y su aburguesada e histérica mujer (Sandra Bullock), un cerrajero mexicano y su hija –que tiene miedo de las balas-, una familia iraní dueña de una tienda, un asiático que se dedica a traficar con inmigrates ilegales y, finalmente, un director de televisión negro (Terence Howard) y su bella mujer (Thandie Newton) en un todoterreno equivocado... Crash se desarrolla en una ciudad enajenada, donde los conflictos raciales están a flor de piel y brotan como una reacción alérgica violenta. De hecho, parece que la violencia es el único diálogo humano posible, el único contacto viable. Crash incomoda porque hace un serio replanteo de la convivencia y de los problemas de identidad, en una sociedad donde las etnias abren el debate sobre “el otro”, un ser complejo y bien distinto a nosotros que comparte nuestras vidas. Es así que, un personaje tan repugnante como el interpretado por Dillon es, sin embargo, capaz de buenas acciones como salvar a una mujer, a la que “toqueteo en un control de rutina”, de un grave accidente de tránsito donde queda atrapada y su auto se incendia, y su preocupación por la enfermedad de su padre lo transforman en un ser humano sensible.
En esta película nadie es lo que parece. Todos los personajes están sujetos a sus condiciones particulares y se ven afectados por los estereotipos que la sociedad ha creado para cada uno de ellos, en sus juicios, sus actos, sus vidas y sus creencias. Así, una inmigrante china se burla del acento de una enfermera latina, o a un comerciante turco lo llaman “Osama”, a los explotados inmigrantes tailandeses y camboyanos los llaman chinos, y una enojada oficial de policía, discute con su pareja en la cama aclarándole que sus padres son salvadoreños y puertorriqueños y no mexicanos.
Al Director canadiense Paul Haggis no se le podía pedir más en éste, su primer largometraje, realizado con un presupuesto mínimo teniendo en cuenta las cifras que se suelen manejarse en Hollywood. Esta película que está construida muy en la línea de Destinos cruzados del gran Altman, ganó 3 Oscar -en la edición 78 en la noche del 7 de marzo de 2006- a la mejor película, mejor guión original y mejor montaje, a pesar, que llevaba todas las de perder frente a la archifavorita Brokeback Mountain.
No hay en Crash verdades absolutas. No se salva nadie: las reacciones racistas, violentas, de rabia lo tiñen todo. Ni argumentos ni inteligencia sirven contra la explosión de los prejuicios en ciertas situaciones. La impunidad de los abusos policiales y sus entretelones habituales, lo políticamente correcto, la impotencia, pero incluso la decrepitud de la vejez, la soledad y la insatisfacción personal colisionan desarticulando una sociedad perdida, aterrorizada por el miedo, egoísta y despiadada. Ferozmente inhumana. “¡Despierto enfadada todos los días y ni siquiera sé por qué!” - le dice la mujer del fiscal general a una amiga por teléfono. Acaba de sufrir un atraco a punta de pistola y está furiosa, obsesionada con la seguridad y el color de la piel, pero su comentario va mucho más allá: su racismo indiscriminado disfraza su insatisfacción personal, como el de tantos otros personajes de esta colisión, una ruta alternativa que les permita descargar la presión y las insatisfacciones.
Llena de laberintos, esta película merece más de una mirada. Nos presenta un futuro cruel. Una sociedad individualista, fría, calculadora, incapaz de salvar las diferencias y dispuesta a profundizar viejos conflictos, aún no resueltos. Una sociedad, que ya estamos experimentando.

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