miércoles, 16 de diciembre de 2009
El crepúsculo de los superhéroes
Los Watchmen, como Súperman, Batman o el Hombre Araña, entre otros superhéroes, son ejemplos de una reiterada vocación del cómic estadounidense por presentar sociedades necesitadas de justicia en las que emergen seres salvadores, que llegan a poner un poco de orden a momentos convulsionados.
Héroes que operan al margen de la ley. Personajes alegales que castigan el incumplimiento de las normas. Justicieros más allá del bien y del mal. Aunque muchas veces lo que los mueve no es otra cosa que un deseo irrefrenable de venganza personal.
Una sociedad necesitada de superhéroes es una sociedad que, en algún punto, no tiene el valor o la capacidad de asumir como propios los desafíos de la vida en comunidad. Aunque anhele paz y libertad, quiere ser bien gobernada, pero no quiere gobernar. O pide mano dura, pero no está dispuesta a ejercerla por sí misma.
Si bien la acción de Watchmen tiene lugar durante un 1985 de ficción, con Estados Unidos y la Unión Soviética muy próximos a declararse la guerra nuclear, bien podría referirse a sucesos reales más recientes.
Vivimos una mentira o somos parte involuntaria de una conspiración de dimensiones planetarias. Eso es lo que nos plantea Watchmen. La conspiración se vuelve un recurso del Gobierno para construir la historia y la realidad social.
Conspiración es lo que se esconde, por ejemplo, detrás del asesinato de John F. Kennedy, propone la película de Zack Snyder.
Y no son pocos los que están convencidos de que los atentados terroristas del 11-S no fueron otra cosa que acciones premeditadas del Gobierno estadounidense con el único fin de unificar a un país ante una supuesta amenaza externa, en momentos en que la aceptación de la Administración de George W. Bush caía en las encuestas.
Otro film, Zeitgeist, de Peter Joseph, da algunas pruebas de esa teoría: "El 11-S se trataría de una operación de bandera falsa encaminada a conseguir el beneplácito de la sociedad estadounidense para iniciar las reformas necesarias que permitirían el comienzo de una serie de invasiones de puntos estratégicos como son Afganistán, Irak e Irán", se asegura en ese documental.
La conspiración llama a la conspiración. Matar a un presidente. Llegar a la luna. Ganar una guerra. Destruir el mundo en nombre de la paz. Watchmen plantea que llegar a la verdad puede tener un costo que no todos son capaces de pagar.
¿Tiene razón el presidente estadounidense, Barack Obama, cuando recibe el premio Nobel de la Paz diciendo que, a veces, la guerra es un camino para la paz?
¿Quién vigila a los vigilantes?
Si quienes tienen la misión de velar por la seguridad y la justicia de una sociedad no obedecen más ley que la que les dicta su conciencia o sus miserias, esa pregunta de la película cobra sentido en nuestros días.
Y ya no sólo a nivel planetario, sino también, a nivel local. Gatillo fácil, zonas liberadas para el delito, torturas en comisarías, espionaje y escuchas ilegales, son sólo una muestra de lo lejos que estamos de poder confiar en superhéroes o en vigilantes.
Perdida toda confianza, asoma el mundo de Watchmen. Y el futuro no es otra cosa que el recuerdo de tiempos que ya no existen.
Sin embargo, ese interrogante podría convertirse en un llamado a la acción. Mahatma Gandhi, un héroe de carne y hueso, sin más poder que el de su voluntad, dijo alguna vez: “Debemos ser nosotros mismos el cambio que queremos ver en el mundo”.
Participación en clave carnavalera
Cuando las personas toman las calles, van haciendo historia, me dijeron alguna vez. Recordé esa frase mientras miraba una murga en pleno movimiento.
Un salto y una pirueta en el aire. Bombos, platillos. Un silbato. Colores que reflejan los pocos rayos de sol que se escapan por entre las nubes. Y ganas reprimidas de imitar los movimientos.
Esta gente se viste de resistencia. Cantan contra la discriminación, contra el hambre y la pobreza. Continúan una tradición iniciada por los esclavos que crearon la murga como una manera de romper las cadenas, curar el maltrato y burlarse de sus amos.
Es un domingo frío y Barracas es un barrio gris, entre el cemento de la autopista y la viscosidad del riachuelo. ¿Por qué hacen lo que hacen?
Encontrarse, pertenecer, artepolítica... política en estado puro, me respondo, mientras el grupo hace un giro, un salto y una patada al aire y avanza.
Van en contramano. Y a contrapelo. ¿Sabrán que ganó la derecha en las elecciones del domingo pasado? Imagino que eso es un motivo más para tomar las calles y mostrar sin confrontaciones, que no todo está perdido.
Demostrar que se pueden crear espacios de contención y expresión. Que las redes sociales no quedaron confinadas a la virtualidad de internet.
También, que el encuentro intergeneracional todavía es posible y que la identidad puede construirse desde el barrio. ¿Se puede medir el impacto que una murga puede tener en su comunidad?
La murga también puede ser expresión de cambio, pienso. Una murga puede recrear los lazos sociales que las crisis tienden a romper. Agregar un poco de significado al mucho sinsentido que nos rodea.
Arturo Jauretche dijo que “los pueblos tristes no llegan a ningún lado ni ganan ninguna batalla”. Tal puede ser la importancia de las murgas: impulsarnos al futuro; ganar las luchas cotidianas. Participación en clave carnavalera.
Buenos Aires sabe de calles y de historia. Muchas veces me cuestioné sobre los resultados de participar de las marchas, de saltar, gritar, pedir, proponer, exigir. Por momentos parece humo, puro teatro. Aún así, estaba -y estoy- convencido de que hay que marchar.
Tomo una nota mental: apropiación positiva del espacio público, rescate de la identidad, expresión artística y construcción política se amalgaman en esta gente de Barracas.
Las organizaciones tradicionales se desmoronan o se empecinan en subsistir conectadas al respirador artificial. Se impone un tiempo de creatividad para reconstruir los lazos sociales. Creo que la murga puede dar algunas respuestas.
¿Se pueden categorizar en la experiencia de vida de un adolescente, de un jubilado o de un ama de casa el aporte cultural o la transformación individual y colectiva desatada por la pertenencia a una iniciativa de estas características?
Aplausos. Llegamos. El fin del recorrido son las puertas de un centro cultural. Entrar es confirmar que se trata de dar testimonio en tiempos difíciles.
La integración como revolución
Por no llevar papel / pa’ una ciudad del Norte / yo me fui a trabajar. / Mi vida la dejé/ entre Ceuta y Gibraltar.
En mi trabajo social siempre pensé que cuando personas de diferentes ámbitos y orígenes se juntan, cosas maravillosas pueden ocurrir. Y de eso va
Ocho idiomas que se fusionan en una melodía nueva y única, pero con la que todos nos podemos sentir convocados. Y un territorio común: el barrio Esquilino, en Roma, Italia.
Otra vez el espacio hiperlocal sirve como punto de partida para construir modelos de empoderamiento comunitario. De aprovechar las fuerzas positivas de la globalización se trata. Crear lazos sociales y construir ciudadanía.
Pero no es fácil. Deportaciones, frustraciones, persecución institucional y problemas legales de todo tipo; rechazo de sectores que no entienden o que ven a la organización social como una amenaza; falta de presupuesto para una empresa de semejante envergadura; problemas de convivencia de los mismos protagonistas, entre otros obstáculos debieron sobrellevar estos Quijotes modernos hasta organizar los primeros conciertos públicos.
Apropiación del espacio público
Corría el año 2002. Se necesitaba un espacio para poder ensayar, con todas las características que una empresa de ese tipo requería. Y no había ciudadanía plena sin una apropiación del espacio público compartido.
Imposible no trazar el paralelismo con las experiencias de organización popular que se dieron en esos mismos tiempos en nuestro país. Centros culturales creados a partir de la recuperación de espacios urbanos ociosos. Espacios de cultura, pero también de deliberación y construcción de sentido común.
Final feliz
El documental termina con la orquesta conformada, dando conciertos abiertos a la comunidad. Y el show debe continuar. Y continúa. Tuve oportunidad de verlos en Argentina, en vivo, el año pasado, durante el X Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos.
Tomar la cultura como una herramienta de transformación social. Ponerle rostro a la globalización. Sacar lo mejor de la comunidad. Darle un significado político al territorio. De eso se trata la Orchestra di Piazza Vittorio.
Y especialmente, de mostrar a la inmigración desde otro lugar, que no sea el de la marginación, la violencia y el delito.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Los Realistas Pells
viernes, 24 de julio de 2009
UNA SEMANA HEAVY & ROLL
UN CHOQUE CON LA REALIDAD
Deseo de libertad; libre de deseo.
“Vírgenes suicidas”; el nombre del film anticipa el final de esta historia. Cinco hermanas con edades que iban desde los 15 a los 18 años, vivían su adolescencia encerradas en su “hogar”, y alternando salidas al colegio. El mundo exterior era un paraíso inalcanzable, esta visión es aumentada por el infierno engendrado dentro de la casa, nacida a partir de la actitud opresora de sus padres. Del padecimiento de estas adolescentes, emana un planteo que apunta a las consecuencias psicológicas que podrían surgir después de una crianza antisocial, cubierta por un manto negro que no permite comprobar si lo que se ve es realmente lo que parece ser.
¿Esta duda está presente en todo momento?
Sin llegar al extremo planteado por el film, hay casos que de raíz son muy similares a la película “Vírgenes suicidas”. El ejemplo de las generaciones que se criaron en un country, como los surgidos durante la década del noventa, es uno de ellos. Ya que han pasado su niñez y su adolescencia dentro de una sociedad caracterizada por los pocos miembros que la componen, por las diferencias económicas, sociales y educacionales con respecto al sector de la población que no debe cruzar una barrera cuando transita las calles aledañas a su hogar (salvo que haya un peaje cerca). O sea, viven una realidad muy distinta.
Tal vez este no sea un pensamiento recurrente; y por el contrario, los razonamientos de los habitantes de estas “mini sociedades” omitan esta posible separación entre lo externo y lo cotidiano. Sin ir más lejos, ubicándonos desde la visión mayoritaria, la de quienes no viven en un country, podemos suponer que las personas que habitan los barrios privados, no son vistas por el resto de la sociedad como seres extraños apartados del mundo; sino como individuos que alcanzaron un status social alto, y que por temor a la inseguridad, prefieran padecer la extrema seguridad, y en consecuencia decidan vivir en un “lugar mejor”.
Este es un gran punto, porque lo que muchos ven como algo digno de merecer, quienes lo padecen aborrecen de su situación, y preferirían todo lo contrario para sus vidas. El verbo en condicional vislumbra lo que se denomina “insatisfacción”, un estado sufrido por gran parte de la humanidad. Es decir, querer siempre algo más, lo que tiene el otro, o algo distinto.
En este caso, algunos anhelan vivir en un lugar que tenga seguridad privada en la puerta, donde conozcas a cada uno de tus vecinos, quienes seguro también asisten al mismo colegio, iglesia, shopping o club. ¿Acaso nadie oye los deseos del otro? Al parecer no, por lo menos en esta situación. Porque lo que desean unos, otros lo detestan. Debido a que quienes viven en barrios privados observan con recelo a los transitan por la vida con total anonimato, es decir, quienes viven en zonas comunes (sin límites marcados), los que tampoco conocen la sensación de que haya guardias de seguridad esperando su sana llegada al hogar.
Pero esto, ¿restringe la “libertad”?, palabra que tiene significados diferentes en cada ámbito o situación. “La libertad de saberme seguro de los delincuentes”; “libertad de que nadie vigile mi andar”; “la libertad de conocer personas ajenas a mi espacio habitual”; “la libertad de ir caminando al club si pensar en robos”.
“Vírgenes Suicidas” acentuó la atención en el encierro, la opresión, la imposibilidad de elegir, la mirada del mundo a través de una ventana; sin embargo, estas jóvenes que después se quitaron la vida, en un momento conocieron la libertad, fue sólo una noche, pero alcanzó para que el desconocimiento del mundo exterior transformara su experiencia en libertinaje. El cual se graficó con los excesos cometidos por las adolescentes, que de alguna forma representaban los miedos de sus padres, razón por la que no querían que tengan demasiado contacto con el afuera. Desde esa noche no salieron nunca más de su casa, su visión del mundo aumentaba sólo cuando usaban los binoculares desde la ventana.
La vida en un country, claramente posee ciertas características que disimulan la falta de libertad. Por su parte, la película es el miedo al mundo exterior exagerado a más no poder; sin embargo, la relación que existe entre esta realidad social y el film, es que hay dos situaciones bien diferenciadas, por un cerco arbolado o por una ventana, se pueden percibir dos mundos distintos: el propio; y aquél del cual se conocen más los miedos que las bondades, o sea, la vida en una sociedad ilimitada.
Es claro lo difícil que resulta descifrar el panorama sobre quienes son más libres, ya que este es un fenómeno novedoso del cual aún no se han sacado conclusiones certeras, debido a que son muy pocos los jóvenes que se han criado en countries que son mayores de edad. Además, la libertad es una palabra que depende de lo que cada uno desea para su vida, es decir, tiene que ver con los objetivos de cada uno de individuos que viven esta situación, quienes después de cierta edad tendrán la capacidad de elegir. En ese momento decidirán si lo que sus padres les brindaron es lo que prefieren para el resto de sus vidas o no. Lo cierto, es que la libertad está asociada a las posibilidades, y cuando algo no está dentro de las opciones, ni siquiera se nos cruza por la cabeza, en consecuencia, nunca lo vamos a tomar como algo esclavizante. Sólo basta tener conciencia y conocer lo previamente desconocido para desearlo con vehemencia.
jueves, 16 de julio de 2009
La Terminal
LA “ACCIÓN” POLICIAL
“FLIGHT 666” UNA VUELTA AL MUNDO
“EL MAL”
El evento se realizó desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche y las obras estuvieron esparcidas por una plaza tradicional del interior de la provincia, rodeada por la intendencia, la catedral y casonas que en un pasado pertenecieran a los fundadores de aquel lugar.
Este domingo, los habitantes del pueblo pudieron disfrutar de una tarde distinta rodeados de color y objetos extraños que invitaban a la sorpresa y también a la reflexión.
Familias, ciclistas y niños se quedaban atónitos frente a la invasión de esculturas. Maderas talladas colgadas de los enrejados del monumento principal, piezas de mármol, yesos moldeados en el pasto, cosas viejas recicladas convertidas en personajes pintorescos, pies encadenados, una figura humana hecha en hierros que alude a la muerte descansa frente a la catedral. Diversas técnicas y figuras reunidas para mostrarse y llegar a un ámbito lejano al atelier, de los tecnicismos, expuestos a las críticas y comentarios de ojos que incursionan en el arte de como amateurs.
Entre las esculturas abstractas y aquellos trabajos demasiado explícitos, se encuentra la obra de Eleonora Pascual, una boca y una figura humana bajo el título “El mal”.
Este nombre, tiene algo “controversial” en su interior. La autora originalmente lo llamo “Cáncer”, pero decidió, no publicarlo así porque dice que es una palabra “chocante”. De este razonamiento se destaca el pensamiento común de la sociedad respecto a esta enfermedad que suele convertirse en terminal.
Aún la ciencia no ha logrado encontrar una cura definitiva a este “mal” que día a día muta y se regenera de distintas maneras desorientando cada vez más a los estudiosos de la medicina. Mucha gente ha logrado salir de este sufrimiento, sin embargo, se ven obligados a hacerse controles por el resto de sus vidas porque el riesgo de padecerlo nuevamente queda latente.
Hablar de “cáncer” es casi tabú, padecerlo es una condena, se generan muchos miedos e inquietudes, es algo desconocido para la ciencia y para el resto de la población, es algo que aun no se puede controlar.
La obra de Pascual logra retratar esta debilidad humana frente a la enfermedad. El cuerpo moldeado en arena, flojo, debilitado, rendido, sin definición en sus rasgos muestra esa incertidumbre y resignación que tiene la sociedad frente a esta enfermedad y su tratamiento.
El lecho es una boca, formada con alambre tejido, lo que da transparencia y rigidez a la contundencia propia del metal. Dientes filosos, deformes como los de un monstruo de cuentos infantiles. Una bacteria gigante que se traga la vida volviéndola frágil, ordinaria, insignificante.
Esa boca que devora sin piedad puede ser tomada como un reflejo de la sociedad prejuiciosa en la que vivimos, en la que se condena a aquel que es diferente, a aquel que menos tiene. Donde las oportunidades se le dan a aquellos que ya las tienen y se deja a un lado al que ya está apartado de la sociedad.
Esto mismo se pudo ver en la muestra, cuando por la tarde se acercó un grupo de personas que viven en comunidad. Estaban vestidos con pantalones y camisas sueltas, barbas tupidas y zapatos desgastados. Las mujeres seguían el mismo estilo, largas polleras, sin maquillajes ni accesorios de moda.
Esta colectividad llamó tanto la atención con su música de estilo celta, que la muestra quedó en un segundo plano. Los vecinos no podían dejar de señalar a estas personas que bailaban y eran tan distintos a ellos.
El choque cultural estaba frente a mis ojos, personas que decidieron vivir fuera de la sociedad, eran señaladas como miembros de otra especie. Al igual que se apunta tímidamente a aquellos que se diferencian del resto. Parecía un encuentro tolerante, pero las burlas no tardaron en llegar, y dejar en claro que las diferencias son el mal de la sociedad.
Lo distinto intimida, atemoriza a quienes no comparten raza, ideología o pensamiento. Esto es de lo que la obra de Eleonora Pascual nos habla, un mal del que no podemos escapar.“CRASH”, UNA PELICULA QUE CHOCA
“LA VIDA ES BELLA”… A VECES
casetera… Años más tarde, me encuentro frente a un monitor LCD que aún estoy pagando en cuotas, con un DVD en mano y la melancolía de ver esa misma “obra del séptimo arte” que se convirtió en una de mis favoritas cuando cursaba tercer año.
La trama comienza en 1939, un joven emprendedor llamado Guido, junto a su tío Eliseo trabajan de camareros en un distinguido hotel de Arezzo, Italia. En él, atendían a los más distinguidos personajes de la ciudad. Durante sus paseos en bicicleta solía toparse con una maestra de escuela llamada Dora, quien estaba comprometida con un militar fascista, al que deja por este aventurado descendiente de judíos, con el que se casa y tienen un hijo, Josué.
Esta historia, es el relato del personaje más joven, quien cuenta cómo su padre lo cría y lo cuida, en épocas de fascismo y antisemitismo. Tiempos en donde podía cruzarse con dos niños llamados “Benito” y “Adolfo” mientras jugaban en una mercería. Cuando se enseñaba en las escuelas que hay una “raza buena”, “superior” al resto. En donde las ecuaciones no incluían “caramelos” o “figuritas” en sus planteos, sino “inválidos” o “negros”.
En otras palabras lo que Benigni logra es mostrar con hechos cotidianos, cómo la discriminación era algo propio de la sociedad. Algo que se aprendía en la escuela y se veía en las calles, en carteles que advertían: “no se permiten perros ni judíos”.
Algo parecido a lo que nuestra sociedad vivió treinta y pico de años más tarde que la Segunda Guerra Mundial. Buenos por un lado y malos por el otro. Aquí no interesan los colores de las banderas adversarias. Solamente la tortura es lo que toma el rol protagónico.
“Milicos” contra “zurditos” y viceversa. Mucha sangre derramada, lágrimas que no encontraron su hombro, familias destrozadas, causas que aún no se resuelven. El desprecio por el que pensaba diferente. El asco por los que militaban otros ideales. Las miserias humanas. La insignificancia de una vida.
En el medio, las experiencias de los que viven de cerca el dolor. Dormir sin cerrar los ojos, sin abrigo, reír sin la risa.
Eso es lo que muestra la historia que cuenta Josué. El castillo de cristal que su padre le construyó en un campo de tortura y explotación. Un largo juego, donde el objetivo era sumar mil puntos para ganar un tanque “de verdad”. Los soldados alemanes son los malos y si lo descubren, pierde. Cada día, “Guido” le inventa un nuevo juego a su hijo, entre payasadas y fantasías logra mantenerlo con vida hasta el fin del juego.
Salir de la realidad es necesario, para todos los que viven la tortura del campo de concentración. Esto mismo se ve reflejado en el personaje de un médico, al que “Guido” le servía el almuerzo en el hotel que atendía junto a su tío. Juntos compartían su pasión por los acertijos. Estos personajes se cruzaron nuevamente en la revisación médica que se hacía antes de asignar las tareas que cada prisionero realizaría.
En una reunión de dirigentes alemanes, en la que el protagonista vuelve a su rol de camarero, este médico le pide por favor que lo ayude a resolver una adivinanza, porque por las noches no podía dormir.
En esta escena se logra descifrar que lo que el médico le pide a “Guido”, es que lo ayude a “olvidar” de lo que está participando como cómplice. Esclavitud, torturas y decenas de muertes diarias, algo que podría convertirse en el destino de su “protegido”.
Escenas grises, rostros sucios, cuerpos debilitados, otros erguidos y poderosos. Imágenes que me traen a la mente una película argentina, “Garaje Olimpo”. Este trabajo del director Marco Bechis, se sitúa en la época de la dictadura. Trata sobre una relación de amor y odio entre María, una joven militante y Félix, quien trabaja en un campo militar de exterminio.
La captura de María los cruza en el centro clandestino de detención, y es allí donde surge su historia de “amor”, en la que ella se refugia y él se desahoga.
Es en éste punto donde se entrecruzan las dos narraciones, una acerca del holocausto judío, otra de la dictadura militar. Historias que se unen en el refugio, donde la necesidad de un personaje fuerte, le pide paz al más desprotegido.
“Guido”, logra mantener a su hijo dentro del “juego”, sin quitar la inocencia y la paz que un pequeño de cinco años tiene en su mente.
Hoy la analizo diez años más tarde, lejos del uniforme y los recreos. Una misma sensación envuelve mi ser. Por poco las cosas no salen como quisiera, el final triste llena una vez más mi garganta de nudos. Esa sensación de vacío hace que un profundo escalofrío surja. La impotencia de los errores del pasado, el miedo por repetirlos en el futuro… EL SHOW DE LA POLICÍA
A través de esta emisión se construye un escenario en el que el “final feliz” es algo común y corriente, donde los “malos” siempre tienen un castigo. Aquí los elementos del documental, la comedia y el drama se unen en un show que busca limpiar la imagen de la institución.
“Policías en Acción” se emite todos los martes a las 23:15 por Canal 13. Está pensado para un público mayor de 15 años, porque en él hay lenguaje coloquial y escenas violentas que pueden afectar emocionalmente a un menor que no sepa interpretar las imágenes emitidas.
El programa, muestra otra mirada sobre las instituciones encargadas de resguardar la seguridad de la Nación. El nombre de esta emisión, busca resaltar la eficacia de esta fuerza. En el uso de la palabra “acción” se denota movimiento y rapidez.
Mostrar un operativo desde que el patrullero recibe el aviso y la dirección en donde hay un conflicto y mostrar el trayecto hasta el lugar de los hechos. La descripción del escenario, la de los sospechosos y el uso del lenguaje técnico, hace que el televidente se empape de la situación y la observe desde un plano más cercano.
El hecho de poder ver el movimiento que se genera cuando pedimos ayuda, hace que se convierta en explícita la agilidad que busca denotar el nombre del programa. Este dinamismo está presente en todos los elementos del show. Un claro ejemplo es su estructura: no hay cortes intermedios, lo que permite seguir una historia de corrido, sin interrupciones.
También se puede ver la función social de la policía, cómo se actúa con los delincuentes y cómo reaccionan frente a los distintos casos que se presentan.
Si comparamos “Policías en Acción” con un tradicional noticiero, como puede ser “Telenoche” (que se emite en el mismo canal a las 20:00), claramente se puede notar que la construcción del relato de la noticia para el informativo de la noche, es diferente al que se hace en el programa.
En los noticieros, los hechos delictivos se presentan de modo dramático exponiendo a los actos ilícitos como el eco de la mala gestión del gobierno, o el reflejo de la barbarie de los pobres.
Cualquiera de las dos líneas de pensamiento se amolda a las editoriales de los distintos medios de comunicación. Pero lo que importa destacar aquí es el modo en que se presentan las noticias, jugando con los tonos de voz, haciendo totalmente distintas las descripciones de los hechos.
Durante el noticiero, un robo puede ser la nota central, ambientando dicha presentación con música de suspenso, con placas en rojo, haciendo reflexiones moralistas sobre los hechos. Pero durante la emisión de “Policías en Acción”, el mismo hecho es parte del contenido habitual del programa. Incluso hay presentaciones de casos en tono de comedia, parodiando a los protagonistas con efectos sonoros graciosos. La musicalización convierte a las escenas más fuertes, dramáticas y violentas, en un resultado tragicómico que por momentos confunde al espectador.
Por otro lado, “Policías en Acción” busca la informalidad, mostrar un lado más sensible y humano del uniformado. La cámara al hombro, la ausencia de un presentador que haga de hilo conductor, el lenguaje coloquial que usan los personajes protagonistas de cada caso que cambian programa a programa, son reflejo de esa soltura y “realismo” que intenta recrear el programa.
La imagen que se logra no es real, ha sido construida para poder mostrarla bajo el formato indicado, para conseguir un efecto distinto en el espectador. La idea de base no es crear una reacción en el televidente, sino más bien brindarle un momento de distensión. Por esto mismo, se muestran casos pequeños y aislados que de ninguna manera dejarían en evidencia la falencia institucional que hoy en día tiene la Policía en general.¿Podemos vivir juntos?
Por Damián Profeta
"Estamos obligados a chocar unos a otros", dice el trailer de Crash, conocida en estas tierras con el injusto título de “Vidas Cruzadas”. La película nos invita a experimentar las fuerzas que se desatan cuando chocamos.
El director, Paul Haggis, nos presenta historias mínimas que de manera insospechada y hasta caprichosa, se vinculan y configuran el choque obligado. Y el choque sirve para pensar.
Una geografía de tensiones
Pensar Crash es visualizar tres escenarios traslapados que juntos construyen el sentido general del film.
En primer término, se identifica a la ciudad como geografía de tensiones, desde donde se harán visibles los conflictos. El director Paul Haggis eligió a Los Ángeles como una guiding fiction de la metrópoli globalizada del Siglo XXI interpelada por el desafío de una multiculturalidad de facto.
Asimismo, la mirada se posa también sobre un entramado institucional que se presenta como corrupto, ausente y/o travestido en roles y funciones.
El tercer escenario tiene como protagonistas a las personas que habitan esa ciudad impersonal y que no parece prometer más que frustraciones y un destino miserable.
Un policía racista, un fiscal al que sólo parece interesarle mantener su cargo, un almacenero iraní, una pareja negra con buena posición económica, entre otros personajes se verán obligados a coexistir y juntos configurarán el drama de la película. Coexistir en un mismo espacio no es lo mismo que convivir.
En el medio de todo eso se desatan las fuerzas que darán lugar a la hamartia propia de las tragedias.
Choque de civilizaciones
En sintonía con el planteo de Samuel Huntington, "el choque" no pasa por la variable ideológica, como en tiempos de la Guerra Fría, sino que se alimenta del miedo al otro, motorizado principalmente por el desconocimiento, la falta de comunicación, el prejuicio y los estereotipos basados en la etnia, el origen nacional, la clase social, entre otros aspectos.
Pero no se trata de un choque de civilizaciones de escala global, sino que se expresa a nivel hiperlocal: la ciudad, en una proyección con sentido urbi et orbi.
A pesar de todo eso, cabe una pregunta: ¿De verdad el choque es inevitable?
En la película pareciera que sí, aunque hay lugar para la esperanza.
¿Y en el mundo real, donde la construcción del relato con pretensiones de hegemónico presenta al “otro” como un problema al que debe respondérsele con medidas que nos retrotraen a los momentos más tristes de nuestra historia? Sin dudas se alimenta el choque.
Estamos ante las contradicciones de una globalización que, por un lado, nos propone integración, libre circulación de capitales y de personas y eliminación de las fronteras nacionales, entre otros aspectos que configurarían un mundo más unido y por el otro lado se muestra un panorama de fragmentación creciente y de aumento de las desigualdades.
La verdadera amenaza del terrorismo es la de aceptar como algo dado el temor al otro y cerrarnos en soluciones individuales, privatistas y restrictivas de nuestros derechos y libertades.
Nuestra historia se presenta con un final todavía más abierto que el de la película. Pensar en la posibilidad de un choque nos obliga a resolver las tensiones por el lado de mayor encuentro, diálogo, conocimiento y fortalecimiento de los lazos sociales. Y la ciudad puede ser un buen escenario para emprender ese trabajo.
En definitiva, se tratará de identificar un animus societatis que nos defina como comunidad.
Es para la gente que lo mira por TV
Fenómenos como los reality shows, que en Argentina llegaron de la mano de precursores como Mauro Viale (hasta El Gran Hermano), son la expresión máxima de ese poder de ser o existir a partir de la aparición en Tv. Las devaluadas telenovelas de ficción, los magazines y los programas de política han perdido a sus televidentes, por eso la idea del hombre común que puede ser protagonista, supo darle un condimento mucho más real y transgresor a los formatos televisivos tradicionales. Lleva algún tiempo darse cuenta que nada de eso es real. Que la vida de nadie cobra valor si miles de personas pueden ser testigos visuales de ella. Nacimientos, casamientos, separaciones, la enfermedad, y la misma muerte. Todo, sin filtro alguno, es televisable. Pero nadie negaba su existencia antes de aparecerse en imágenes. Hoy, un producto de la Tv argentina como Policías en Acción, sabe combinar estos elementos de la ficción y lo real, mostrando a personajes que conviven en el mismo espacio cotidiano: el policía y el delincuente. Ambos pasan a contar la historia en tiempo real, y aquí no existen guiones, ensayos previos, ni maquillajes. Aunque no hay que ignorar que todo producto de la televisión está en cierto modo ficcionalizado, condicionado y maquillado. Bajo la estructura del docudrama se hace foco en la labor cotidiana de la policía como institución, mostrando a los personajes como los verdaderos protagonistas. Y de alguna manera el público juega a ser parte y “testigo” de los hechos que se muestran reforzando aquella idea del ciudadano común que ahora no ve ajeno todo lo que mira por Tv. Pasó a ser participante activo de eso que ve. La acción es el elemento principal de este programa, y sus espectadores tienen una versión genuina de escenas como por ejemplo, la detención de un delincuente, los momentos posteriores de un accidente automovilístico, o los dramas familiares que encierran historias sobre crímenes pasionales, narcotráfico, violencia familiar, entre otras más. En la literatura, fueron Truman Capote, con A Sangre Fría, o Rodolfo Walsh en su relato de Operación Masacre, quienes dieron un vuelco en la forma de contar hechos de la realidad relacionados con la criminalidad y la delincuencia, y que desde la ficcionalización, construyeron un nuevo discurso. Hoy la televisión, también hace un recorte de lo real y lo tiñe de ficción. Podrá exagerar, modelar o condicionar más de un elemento, pero sigue su principal objetivo, cautivar televidentes. ¿Todo esto puede encerrar fines menos inocentes? Todo es posible si se trata de la Televisión. Podrá cambiar o formar diferentes opiniones entre sus espectadores, pero lo cierto es que tanto esos policías y delincuentes “actores”, como el mismo público, forman parte de la misma sociedad. Lo único que distingue a unos de otros, es que los primeros son colocados en escena para entretener. Y los otros, son simplemente consumidores de un producto que bien, puede llamar a su reflexión, o limitarse al mero entretenimiento. Más allá de las intenciones que queramos designarle a los programas de televisión, y más allá de las posturas previas que los televidentes tengan, lo importante es comprender cuál es el límite de cada uno (y entre cada uno). Hasta dónde llegará la televisión, metiéndose en lo más profundo de la vida de las personas. Y hasta dónde las personas vamos a permitir que nuestra realidad se vuelva una novela que se mira por Tv.
"Osías el osito en un bazar, todo esto y mucho más quiso comprar..."
Hablando de idiosincrasia
Un choque de prejuicios
miércoles, 15 de julio de 2009
La mariposa de la globalización