jueves, 16 de julio de 2009

“CRASH”, UNA PELICULA QUE CHOCA

Sábado por la tarde, el sol empieza a esconderse. Mes de junio, un frío polar invade la ciudad, ¿qué mejor propuesta que ver una película desde la tranquilidad y el calor que solo la cama puede dar? La propuesta es Crash, un amigo me la recomendó y a pesar que tengo un estreno de cartelera en mis manos, prefiero hacer caso a quien me dijo: “Está muy buena” Simplemente me dejo llevar, le indico al reproductor de DVD que dé comienzo a la función en este cine improvisado donde tengo la ubicación ideal, cubierta por un edredón de plumas que ya está calentando mis pies. “En una ciudad normal, la gente te roza, te golpea al caminar. En Los Ángeles, nadie toca… creo que extrañamos tanto el tocarnos que chocamos contra el otro para sentir algo”, susurra a su compañera un detective, el primer personaje que entra en escena. La frase enmarca el contenido de la película desde el principio, creo que con estas palabras, no hace falta llegar al final para determinar de qué se trata. Un marco invisible que desde un principio condiciona a prestar atención a cada escena de choque, de discusión, de desencuentros. Un accidente automovilístico en el que una mujer oriental se estrella contra el auto de otra a quien despectivamente llama “mejicana”. Si bien este personaje no puede pronunciar correctamente el idioma y dice que no pudo “flenar”, enseguida se coloca en una posición racista y acusa a la otra víctima, quien retruca corrigiéndola y con orgullo dice ser “portorriqueña”. Aquí presenciamos el primer “crash”, no solo físico en el que se ven involucrados dos autos. Este choque es social en realidad, en donde la discriminación aparece como protagonista de la discusión. El film mantiene presente esta temática a lo largo de la hora y pico que dura. Este encuentro y desencuentro de personas que “chocan” constantemente con distintas realidades sociales. Varias historias unidas por un guión que sigue sus desarrollos, todos unidos por una misma línea de tiempo. Lo que permite que no haya necesidad de presentar marcados protagonistas, sino que todos participan de distintos conflictos conectados temporal y temáticamente. Un hombre con rasgos iraníes es discriminado en una armería. Este mismo personaje va a tratar de “estafador” a un cerrajero portorriqueño, quien aconsejaba comprar una puerta. Más tarde un ataque racista en su local lo hace entrar en un estado de cólera, su ira se ve dirigida a aquel personaje que reparó la cerradura de su local, con quien discutió por no entender el idioma. Sin siquiera pensar que podría simplemente haber sido cualquier grupo de personas racistas. Las secuencias de escenas se repiten una y otra vez en la discriminación como tema central. Esta película no solo deja en claro el marco social en el que viven los estadounidenses. Más allá de la brutalidad de las escenas, es fácil encontrar similitudes con la vida cotidiana de nuestra ciudad. La idea aquí no es entrar en un costado moralista y marcar la utopía de un mundo hermanado y solidario. Simplemente intento destacar lo cercana que resulta ser la temática. Lo cotidiano y reflexivo que resulta ser el guión de esta película. Sociedades completamente diferentes como lo son la de la ciudad de Los Ángeles, ubicada al norte de América y la Ciudad de Buenos Aires, al sur. Conquistados por colonias inglesas, nosotros colonizados por españoles. Idiomas distintos, economías opuestas. Arriba y abajo del mapa, la misma discriminación contra los extranjeros. Allá los latinoamericanos son los delincuentes, pandilleros, traficantes, violentos. Acá, nosotros, los mismos que ellos discriminan, apartamos a nuestros coterráneos. Un boliviano, un peruano, un paraguayo, representan para nosotros, exactamente lo mismo que nosotros somos para los estadounidenses. La incapacidad de convivir queda expuesta en las distintas sociedades que habitan el planeta. Guerras, pobreza, e injusticia social son desencadenantes propios de la intolerancia y la falta de solidaridad que cada uno de nosotros lleva dentro. Esto es lo que nos hace “chocar” a diario con el otro, diferente e indiferente a la vez.

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