jueves, 16 de julio de 2009

Un choque de prejuicios

Crash es una película que muestra de una manera muy cruda cómo los personajes de diferentes etnias se ven envueltos en una red de relaciones basadas en los estereotipos. El negro que se siente encasillado en la delincuencia desde la visión de la sociedad blanca. El blanco que teme por su seguridad en presencia de un negro. El latino que sufre las agresiones de quienes lo asocian a las pandillas. Los negros que no parecen querer asumir su raza para no pertenecer a grupos marginales. Todos ellos se entrecruzan en diferentes situaciones de la cotidianeidad que se vuelven complejas con el condimento de la discriminación y la intolerancia por lo diferente.

Acostumbrados a que el mundo se rige por los estereotipos que las personas creamos por consenso, no es arriesgado decir que al menos una vez por día, y tal vez sin enterarnos, somos parte del acto del prejuicio. Vamos creando una especie de “Diccionario Universal” de términos para identificar a las personas distintas a uno. En nuestro país sería algo así: Morocho: individuo potencial delincuente. Rubia: mujer con un coeficiente mental menor a la media. Extranjero de países limítrofes: persona en situación de ilegalidad que aprovecha de los recursos del territorio que lo alberga para su beneficio económico, sin cumplir con los deberes de ciudadano. Chino: su principal actividad se relaciona con la mafia de los supermercados. Conocidos por evasión de impuestos. Chocante pero tan cercano a la realidad, el filme debut del guionista Paul Haggis, refleja las miserias de una sociedad que actúa en base a imágenes mentales que crea para determinados grupos de gente con cualidades compartidas. Pero la vida en sociedad vuelve inevitable el encuentro con aquellas personas a las cuales identificamos como similares a uno. Y con los otros, con quienes creemos no compartir más que la condición de ser humano (como si eso fuese poca cosa). La sensación que uno experimenta al ver esta película es de cierta vergüenza por reconocer que no nos alejamos tanto los personajes representados. Una mujer blanca, casada con un fiscal de distrito, de una posición económica que le permite llevar una cómoda vida, es la protagonista de una de las historias que más fielmente representa de qué manera la vida se vuelve un boomerang. Sandra Bullock es quien encarna al personaje, que después de atravesar un episodio de robo por parte dos jóvenes negros, su paranoia la lleva a tomar una postura agresiva con distintos personajes: el joven latino que cambia las cerraduras de su casa por precaución, es víctima de sus comentarios injuriosos. Y la señora (también latina) que hace las veces de mucama recibe maltratos injustificados. En otra escena, la esposa del fiscal cae accidentalmente por las escaleras y queda postrada en su cama. La carrera política de su marido no le permite dedicarle la atención que ella quisiera; las que ella considera amigas tampoco la acompañan, y quien finalmente cuida de ella, es la mucama. Por lo cual, termina confiándole con un abrazo que es su única amiga. Así es como las vidas de los personajes, inicialmente enfrentados unos a otros por diferencias étnicas y raciales, se cruzan. Qué genuina se vuelve aquella frase que nos dejó El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Este tipo de obras cinematográficas son las que dejan a uno pensando en cómo actuamos y en que finalmente, somos presos de nuestras palabras cuando decimos “yo no discrimino a nadie, pero…”. La identidad de cada uno se constituye en base a la diferencia. Y si nos reconocemos porque hay otro yo, exterior, negarse a aceptar a ese ser distinto, es no aceptarnos a nosotros mismos.

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