jueves, 16 de julio de 2009

La Terminal

Cada vez que me siento en el sofá de mi living, para ver una película dirigida por Steven Spielberg, espero ansiosa para ver el show de efectos especiales y de innovaciones, en cuanto al contenido, que implementa. En fin, detalles que lo hacen estar entre los mejores directores de cine del planeta. Más allá de esto, “La Terminal” es un film de un solo espacio, no caracterizado justamente por sus efectos; sí por su trama, que por cierto es un tanto diferente e inusual que en el resto de las películas. Por ejemplo, como su nombre bien lo indica, todas las escenas transcurren dentro de la terminal, ficticia, del aeropuerto John F. Kennedy, de Nueva York. Así, el director inventa un mundo en un aeropuerto, sí, pero es un “mundo Spielberg”, uno de esos que ya vimos tantas veces: amable, simplista, mágico. Con "La Terminal", se busca recrear el estilo bienintencionado de las comedias clásicas. Quizá su referente más claro lo conformen películas como "Juan Nadie" (1940), film que trata temas serios e incluso trágicos como el desempleo o el suicidio, pero desde una óptica agradable, llena de buenos sentimientos, y por qué no decirlo, cierta ingenuidad. El director ha buscado esa ingenuidad de antaño para abordar la historia de Víktor Navorski (Tom Hanks), un oriundo de Krakozhia, país imaginario, que se ve de pronto atrapado dentro de los límites de una terminal de aeropuerto, condenado a esperar la resolución de un grave conflicto político en su país natal, y con ello, el fin de su retención como individuo, sin nacionalidad ni permiso de entrada en suelo norteamericano. Tom Hanks, que en esto de sobrevivir ya tiene experiencia (pasó varios años en una isla desierta en Náufrago), se ve obligado ahora a subsistir en un aeropuerto. Esta si es una tarea bastante menos complicada, ya que el aeropuerto es una mini-ciudad con los suficientes negocios necesarios para sobrellevar una buena vida, con establecimientos, que van desde cadenas de comida basura a boutiques de alta costura .Y es en este caso, que el film se basa también en la publicidad, multinacionales como “Hugo Boss”, “American Express”, “Burger King”, “Discovery Store”, “Brookstone”, entre otras, se lucen a lo largo de la película. Llevando “La Terminal” hacia otro plano, vemos el abordaje del tema de la inmigración en los traumatizados Estados Unidos posterior al 11 de Septiembre. Mostrando sutilmente cómo a un extranjero se lo toma como “peligroso”. Así la situación mostrada tiene poder de metáfora para exponer un mundo deshumanizado, que olvida a las personas, pero que sigue teniendo en ellas su principal valor. Un mundo donde se margina porque se parte del miedo y la desconfianza en el otro. Un mundo donde se espera y se corre pero donde no se sabe qué se espera ni a dónde se va. Intenta también, revelar como se muestran muchos agentes de negocios, y empresarios por tener que viajar constantemente. Y sienten que el aeropuerto es “su casa” en muchas oportunidades. Un aeropuerto se ha convertido en un pequeño microcosmos de la sociedad: un lugar donde se come, se hacen compras, se conoce gente. “La Terminal” a su vez, lleva el rótulo de “basada en hechos reales”, aspecto que le otorga un plus. Merham Karimi Nasseri, conocido como “Sir. Alfred”, es un iraní que vive desde 1988 en la terminal I del aeropuerto Charles de Gaulle de París. Su peripecia comenzó al llegar a París procedente de Londres con su documentación perdida. Uno de los elementos destacados de esta historia es el lugar donde se desarrolla: la terminal de uno de los aeropuertos más grandes del mundo. Estaríamos ante lo que los antropólogos han definido como “no lugares”. Que son espacios marcados por su anonimato donde el transito es el componente esencial. Son los lugares de la despersonalización de la alta modernidad. Sin buscar esta vez develar un secreto, ni intentar descifrar un código (como lo hizo Tom Hanks, en “Código Da Vinci”), “La Terminal” no hace un cine político: se limita a contar una historia, que arrastra al espectador desde la primera escena hasta la última, a través de pasillos, salas de espera y escaleras mecánicas, al ritmo del jazz, auténtico espíritu de la película, que en el fondo es un hermoso homenaje al poder de fascinación que aún hoy, a pesar de los pesares, sigue teniendo Estados Unidos.

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