jueves, 16 de julio de 2009

¿Podemos vivir juntos?

Solo voy con mi pena/ sola va mi condena/ correr es mi destino/ para burlar la ley/ perdido en el corazón/ de la grande Babylón.

Por Damián Profeta

"Estamos obligados a chocar unos a otros", dice el trailer de Crash, conocida en estas tierras con el injusto título de “Vidas Cruzadas”. La película nos invita a experimentar las fuerzas que se desatan cuando chocamos.

El director, Paul Haggis, nos presenta historias mínimas que de manera insospechada y hasta caprichosa, se vinculan y configuran el choque obligado. Y el choque sirve para pensar.

Una geografía de tensiones

Pensar Crash es visualizar tres escenarios traslapados que juntos construyen el sentido general del film.

En primer término, se identifica a la ciudad como geografía de tensiones, desde donde se harán visibles los conflictos. El director Paul Haggis eligió a Los Ángeles como una guiding fiction de la metrópoli globalizada del Siglo XXI interpelada por el desafío de una multiculturalidad de facto.

Asimismo, la mirada se posa también sobre un entramado institucional que se presenta como corrupto, ausente y/o travestido en roles y funciones.

El tercer escenario tiene como protagonistas a las personas que habitan esa ciudad impersonal y que no parece prometer más que frustraciones y un destino miserable.

Un policía racista, un fiscal al que sólo parece interesarle mantener su cargo, un almacenero iraní, una pareja negra con buena posición económica, entre otros personajes se verán obligados a coexistir y juntos configurarán el drama de la película. Coexistir en un mismo espacio no es lo mismo que convivir.

En el medio de todo eso se desatan las fuerzas que darán lugar a la hamartia propia de las tragedias.

Choque de civilizaciones

En sintonía con el planteo de Samuel Huntington, "el choque" no pasa por la variable ideológica, como en tiempos de la Guerra Fría, sino que se alimenta del miedo al otro, motorizado principalmente por el desconocimiento, la falta de comunicación, el prejuicio y los estereotipos basados en la etnia, el origen nacional, la clase social, entre otros aspectos.

Pero no se trata de un choque de civilizaciones de escala global, sino que se expresa a nivel hiperlocal: la ciudad, en una proyección con sentido urbi et orbi.

A pesar de todo eso, cabe una pregunta: ¿De verdad el choque es inevitable?

En la película pareciera que sí, aunque hay lugar para la esperanza.

¿Y en el mundo real, donde la construcción del relato con pretensiones de hegemónico presenta al “otro” como un problema al que debe respondérsele con medidas que nos retrotraen a los momentos más tristes de nuestra historia? Sin dudas se alimenta el choque.

Estamos ante las contradicciones de una globalización que, por un lado, nos propone integración, libre circulación de capitales y de personas y eliminación de las fronteras nacionales, entre otros aspectos que configurarían un mundo más unido y por el otro lado se muestra un panorama de fragmentación creciente y de aumento de las desigualdades.

La verdadera amenaza del terrorismo es la de aceptar como algo dado el temor al otro y cerrarnos en soluciones individuales, privatistas y restrictivas de nuestros derechos y libertades.

Nuestra historia se presenta con un final todavía más abierto que el de la película. Pensar en la posibilidad de un choque nos obliga a resolver las tensiones por el lado de mayor encuentro, diálogo, conocimiento y fortalecimiento de los lazos sociales. Y la ciudad puede ser un buen escenario para emprender ese trabajo.

En definitiva, se tratará de identificar un animus societatis que nos defina como comunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario